14.5.06

Religión y terrorismo


El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, intervino ayer en la serie de consultas informales de la asamblea general de ese organismo para contrarrestar el terrorismo.

El arzobispo recordó que a principios de este año, el Papa había invitado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a aunar sus esfuerzos para acabar con el fenómeno del terrorismo y construir una coexistencia justa y pacífica.

Para Benedicto XVI, dijo el nuncio, las causas del terrorismo no eran solo políticas y sociales, sino también culturales, religiosas e ideológicas, por eso la delegación de la Santa Sede ha acogido con agrado el informe de las Naciones Unidas sobre este tema porque ha incorporado un componente cultural y religioso a su estrategia global de lucha antiterrorismo.

La Santa Sede -prosiguió-, está dispuesta a apoyar las iniciativas que animan a los creyentes a ser agentes de paz. Además, cuando la naturaleza verdadera de la religión se entiende y se vive correctamente, ésta puede ser parte de la solución más bien que del problema. Por eso, las Naciones Unidas deberían animar a las religiones a dar esta contribución, es decir, llamarlas a crear, apoyar y promover la condición previa de todo encuentro, todo diálogo, toda comprensión del pluralismo y la diferencia cultural que es la dignidad de la persona humana. Nuestra dignidad humana común es la verdadera condición previa porque se antepone a cualquier consideración o principio metodológico, incluso a los del derecho internacional. Es la "Regla de oro", que se encuentra en todas las religiones del mundo. Fomentar la conciencia y la experiencia de esta herencia común seguramente ayudará a traducir esta visión positiva en categorías políticas y sociales que, a su vez, darán forma a las categorías jurídicas ligadas a las relaciones nacionales e internacionales.

El arzobispo recordó que la exclusión política, social y económica espolea la frustración de los jóvenes y desemboca en subversión del orden en algunos lugares. Si esas cuestiones se resuelven con rapidez y justicia -subrayó el nuncio- las naciones pueden privar a los terroristas del oxígeno de odio y de agravios, verdaderos o imaginarios, con el que intentan legitimar sus acciones y reclutar a las personas más impresionables.

El observador permanente de la Santa Sede concluyó afirmando que la estrategia antiterrorismo debe caracterizarse por la eliminación del sustrato moral que sostiene a los terroristas, de ahí que el tratamiento de estas personas deba atenerse siempre a las normas humanitarias internacionales.

(Vatican Info Service, 11.05.06)


Por decir lo mínimo, es deliciosamente conmovedor ver cómo la jerarquía vaticana sigue siendo capaz de ejercicios de hipocresía semejantes...

Primero, porque el substrato moral que sostiene a los terroristas depende, siempre, de un subsuelo religioso, que convierte al asesino ideológico en mártir de su causa.

Segundo, porque la coexistencia justa y pacífica que pretende construir la nueva Iglesia parece ignorar por completo el papel histórico desempeñado por esta organización, y ello podrá engañar sólo a unos pocos desprevenidos. O quizá no a tan pocos...

Tercero, porque la llamada a la dignidad humana como condición que se antepone a cualquier principio metodológico, incluso al derecho internacional, es una declaración evidente de la voluntad de injerencia clerical en el espacio público. Otro modo de decirlo es el expreso deseo de que su visión dé forma a categorías jurídicas absolutas a partir de una imaginaria herencia común -esta vez, la alusión es deliciosamente indirecta, y sólo faltaría añadir aquí el término europea para clarificar el sentido político de la intervención del arzobispo Migliore-.

Y cuarto, porque la actual estrategia de rediseñar una doctrina social de la Iglesia Católica capaz de atraer a ciertos sectores de la población no hace más que traducir en términos más dulces la tradición ultra-conservadora del XIX. La alusión a la subversión del orden y a la frustración de los jóvenes tiene un siniestro matiz constantiniano, un vago regusto a Cruzada nacional, a santa paz y a rebaño de Dios.

Pero aún parece resonar en el aire el eureka graznado por Benedicto: “las causas del terrorismo no son solo políticas y sociales, sino también culturales, religiosas e ideológicas”. Felicidades, Joseph. No podríamos, los ateos, expresarnos mejor.

El terrorismo consiste en combatir, mediante el terror, el dominio de otro. Pero también es la dominación mediante el miedo, la utilización de la violencia con fines políticos. Y, dado que la violencia física, doctrinal, intelectual, política y moral ejercida históricamente por la Iglesia ha apuntado siempre a su propio interés, a mantener una hegemonía absoluta sobre las conciencias, ¿existe alguna razón que impida definirla como una organización terrorista? El arma definitiva contra el terrorismo, contra el fanatismo, contra la violencia ciega, ¿será, como afirma el observador Celestino, la religión?

¿O, quizás, sólo quizás, la razón y la fuerza de la lucidez?

No deberíamos privarnos, los ateos, de aplaudir con abierta satisfacción las últimas palabras de Migliore: Si esas cuestiones se resuelven con rapidez y justicia, las naciones pueden privar a los terroristas del oxígeno de odio y de agravios, verdaderos o imaginarios, con el que intentan legitimar sus acciones y reclutar a las personas más impresionables.

Hacía tiempo que no leía una definición tan exacta de la religión: Oxígeno de odio imaginario que intenta legitimar las acciones de los más impresionables.

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