3.12.06

Ateísmo y política


Un artículo de opinión, publicado hoy en "El Faro de Murcia" y escrito por un católico, oculta entre algunas majaderías el texto siguiente:

"El relativismo es el nuevo nombre de la creencia laicista. Viene a representar el esfuerzo del ateísmo militante práctico, que enlaza históricamente con el iluminismo y puede desarrollarse en el sincretismo político (se puede dar, por lo tanto, en militantes de un signo político o de otro). El esfuerzo de este laicismo no es realizar una guerra abierta o una persecución visible, sino crear estados de opinión que vayan eliminando los fundamentos históricos de la fe".

En ocasiones, los creyentes pueden aclararnos algunos aspectos de nuestra propia militancia. La relación directa entre el ateísmo activo y la política no proviene de conjugar la increencia con una opción marxista o anarquista-campos en donde el ateísmo ha desempeñado un papel importante, aunque secundario- sino como el lógico desarrollo práctico de una actitud racional que examina críticamente el factor religioso y su influencia sobre el contexto social.

La existencia de ateos en el campo político conservador es un hecho. Basta con recordar a la Fallaci, o a Pera, el Presidente del Senado italiano, y a la corriente de los "atei devoti". O, más allá, a Maquiavelo, a Carl Schmidt o a Thomas Hobbes. Para la filosofía política conservadora, la religión es un factor de estabilización social. También Voltaire dijo aquello de que "si no hubiera dios habría que inventarlo" -a lo cual respondió Bakunin con una declaración muy típica de su espíritu revolucionario: "si dios existiera, habría que matarlo". De lo que se sigue que, partiendo del hecho personal de la increencia, es posible que se den desarrollos teóricos en el campo de la reflexión social muy diferentes.

Sin embargo, es indudable que habitamos una situación histórica y económica concreta, determinada por el neoliberalismo y por el poder abstracto del capital. Este neoliberalismo da lugar a formas de autoritarismo menos evidentes que en épocas anteriores. Aliado a este nuevo imperio está el neocristianismo en sus diversas ramas, enfrentado a un islam que constituye un claro factor de agitación en las sociedades agrarias periféricas. Ambos fenómenos ideológicos se basan en la irracionalidad y en la tradición, retroalimentándose mutuamente y manteniendo así a la humanidad en un ficticio pulso de "civilizaciones".

La influencia moral que ejercen estas monstruosidades espiritualistas tiene claras consecuencias sobre la vida de la población, porque finalmente reducen su campo de acción a la política, entendida no como el conjunto de las relaciones sociales enfocadas a la convivencia democrática, sino, por el contrario, en tanto que herramienta de control y adoctrinamiento. El complejo religioso, al menos tal como se presenta actualmente en sus diversas variantes formales, requiere para su subsistencia de una estructura jerárquica, y apela a la "libertad de culto" (o a la hegemonía ideológica) para seguir imponiendo sus modelos y sus doctrinas sociales.

Al anclarse en mitologemas, pueden prescindir de más explicaciones y seguir interfiriendo en el discurso social u oponiéndose a la necesaria racionalidad crítica que debería aplicarse en el contexto político. Una racionalidad que, por otra parte, sólo puede provenir de una posición intelectual ajena por completo a cualquier fideísmo.

De manera que, en referencia a nuestro mundo y a nuestra cultura occidental, la exigencia de una moral autónoma es el punto de partida para una transformación radical de las relaciones sociales, para que avancen hacia un espacio público de libertades reales, superando el dominio de las ideologías religiosas o mercantiles, que reducen al ser humano a la categoría de"productor", de enajenado soporte de la mercancía, del trabajo y de la alienación publicitaria.

Ese es el campo en el que el ateísmo abandona un espacio acrítico de "pura opción filosófica" para convertirse en factor de transformación social. El ateísmo implicará entonces la "descristianización" y la "desislamización", el demoler mediante la crítica subversiva, punto por punto, toda esa red de mitologemas que arranca de la justificación del poder verticalizado, de la diferencia de género, de la explotación económica o de la reducción de la cultura a un simple elemento de intercambio mercantil. La jerarquía y la autoridad se basan, en última instancia, en la aplicación terrenal de modelos celestiales. La religión es el último bastión de cualquier ideología de la rapacidad. Su punto más oculto.

En este sentido, para mí está claro que el ateísmo no está en modo alguno separado de la política. Ni en su reflexión crítica ni en su deseable campo de actuación. Hay objetivos concretos, existen posibilidades de maniobra, disponemos de razones para denunciar los avances y las estrategias de los portavoces de la irracionalidad. Pero no como una adhesión a las viejas ideologías, desde luego, ni como argumento para limitar sus contenidos o para reducir sus posibilidades. También las ideologías políticas, cuando se convierten en un marco exclusivo de valores, adoptan componentes típicos de la religión. En este sentido, el concepto de "dioses" se amplía y deja de pertenecer propiamente al terreno de la fantasía religiosa. También aquí el ateísmo ha de saber utilizar sus herramientas críticas para poner al descubierto que la irracionalidad y la fe son capaces de desplazar sus contenidos hacia una multiplicidad de ídolos no necesariamente religiosos, aunque siempre "trascendentes".

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