El Metro de Londres ha pedido a la Royal Academy of Arts que retire el cartel de una exposición de Lucas Cranach el viejo porque reproduce un cuadro de una mujer desnuda. El subsuelo lo explota una empresa que ha de velar por su imagen o su seguridad. La razón dada es que "millones de personas viajan a diario en metro y no tienen más remedio que ver la publicidad allí colocada. Debemos tener en cuenta a todos los viajeros y procurar no ofender a nadie". Los viajeros, a los que puede ofender el precio del billete aunque no se haya tenido en cuenta, tienen remedio: pueden no ver publicidad si se renuncia a los anunciantes. En la explicación está la contradicción: cuando se trata de millones de personas es imposible no ofender a nadie -nadie es demasiada poca gente- y procurarlo un esfuerzo ímprobo (tener en cuenta a demasiadas personas). Parte del arte contemporáneo busca ofender, aunque diga provocar, pero va por detrás de la roña mental de la corrección política por la que alguien puede declararse molesto con el renacimiento sin ruborizarse. No ven arte de hace 5 siglos sino una mujer desnuda que les inquieta ahora. Obispos, ayatolas, cerotolerantes de docenas de ismos están acallando mensajes que hace 30 años circulaban con normalidad por medios de comunicación convencionales. Cuestionan óleos de hace 500 años o ideas de utilidad pública de hace 300 como hizo Ratzinger, en contra del siglo de las Luces y a favor del reino de las tinieblas ("pensamos poco en el Infierno"). Quien se moleste ante la Venus de Crancha debería ser atendido por la sanidad pública más que por una empresa de transportes.Artículo de Javier Cuervo, Diario de Mallorca, 27.02.08.

