9.7.07

Odi profanum vulgus

Jerarquía y democracia son conceptos incompatibles. El último Decreto-Ley de Veredicto XVI, el Summarum Pontificum emitido como un motu proprio, libera a la misa tridentina de sus limitaciones canónicas. El rito mágico-litúrgico de los católicos podrá ser recitado en la lengua de Cicerón sin necesidad de solicitar la venia arzobispal, y el texto latino que se empleará recupera ciertos elementos del clásico antisemitismo cristiano (Vuestro padre es el diablo, Juan, 8, 44). Representa a su vez un giro tradicionalista en apoyo de los cismáticos seguidores de Lefebvre, y es símbolo de la radicalización vaticana y de su estrategia de propaganda, que apunta a reforzar la imagen de una Iglesia intransigente, hierática y poderosa, de una verdadera auctoritas espiritual situada muy por encima de los poderes temporales.

Otro ejemplo: la idea de que su dios sanciona a las naciones como órdenes de la "creación", favoreciendo así la estructuración de complejos religioso-políticos visionarios, al estilo de los nacional-catolicismos español y polaco. De este modo, serían sus desvaríos doctrinales los que otorgarían identidad propia a los pueblos sometidos a su fe. La amenaza materialista y el relativismo se constituyen así en objetivaciones mitológicas a las que se caracteriza como "el Mal", y se imaginan como potencias destructoras que pretenden apoderarse del cuerpo social y contaminarlo con su moral libertina. Bien claro lo ha dejado Monseñor Rouco, al utilizar argumentos como que la asignatura de Educación para la Ciudadanía es un instrumento diabólico, prueba de la existencia de una mano negra que pretende destruir España.

Nuevos síntomas, pues, que se añaden a los constantes intentos integristas por medievalizar la cultura y a las ambiciones de la curia por teatralizar un rapto de Europa adaptado a la realidad contemporánea. Nuevas estrategias que elaboran metalenguajes por los que el "Bien" se identifica con el catecismo y con el dogma, con la homofobia, con la coacción, con la intolerancia y con la censura, mientras que el "Mal", su eterno opuesto, se confunde así con la razón, con la libertad de expresión y de conciencia y con el proceso de adquisición de derechos fundamentales. Este dualismo, concebido en un lenguaje específicamente cristiano, adquiere dimensiones apocalípticas en boca de los parásitos de la Conferencia Episcopal; la humanidad debe elegir entre la luz o la oscuridad, entre la verdad y la falsedad, entre Cristo y el Anticristo. El ideólogo nazi Dietrich Eckart consideraba que en la batalla entre la luz y las tinieblas no cabía pacto alguno, que la confrontación era a vida o muerte. Un programa ideológico definitivamente asumido por el Vaticano y por sus filiales, para cuya ofensiva recatolizadora la disyuntiva se dibuja en última instancia como redención o como aniquilación.

En este engañoso escenario maniqueo, donde cada vez se manifiestan con más violencia los fundamentalismos religiosos, el hecho de que uno de sus verdugos sea llevado ante la justicia puede entenderse como una simple anécdota carente de implicaciones. O quizá no. También es posible que siente las bases para un debate más amplio, para un verdadero proceso judicial que algún día siente en el banquillo a la Iglesia católica en tanto que institución, como responsable directa de una larga serie de crímenes contra la humanidad. Sólo entonces la sociedad humana habrá alcanzado definitivamente su madurez política y su liberación espiritual.

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