31.7.07

Veintiséis mil trescientos

Los hijos de san Ignacio, en busca de nuevas tierras de misión, le han echado el ojo a la plataforma “Second Life”, a fin de que allí no falte ni dios. El cuarto voto de la Societas Iesu –su especial fidelidad a la Santa Sede- adquiere así valor de espectáculo. Avatares ensotanados saldrán a la búsqueda y conversión de cuanta imagen virtual atea e indiferente encuentren en la digitalizada urbe, demostrando así que la Contrarreforma es infinita y que Trento vuelve. “Orar, orar mucho” será la actividad unánime de los muñequitos pixelados del futuro, cuando estos curas del infierno descubran que tienen más éxito entre los artificiales frikinautas que predicando supersticiones y arrepentimientos en la “First & only Life”. “Orar” es lo que recomienda el agudo Cañizares, ante un laicismo que se quiere imponer “por encima de la ley” (¿?). “Orar” aconsejan también los talibanes, los telepredicadores y los popes neozaristas. Piden “orar” porque sólo así puede cambiarse la historia de su infamia, escrita siempre con sangre, dolor y sufrimiento. Oran para que nadie piense. Para que nadie hable. Oran, como el portavoz del Patriarcado de Moscú, para que los conocimientos científicos no suplanten a la fe, o para que la “Ley de Dios” se reintroduzca obligatoriamente en las escuelas públicas.

Casi 4000 m2 para “orar” por los santos mártires de la Cruzada, cedidos amablemente por el PP valenciano, son sin embargo, en nuestra opinión, algo excesivos. Comprendemos sin esfuerzo su necesidad de autoflagelarse y de adorar a la muerte, algo inherente a su visión del mundo. Pero cuando, además de ello, pretende la curia falsificar la memoria colectiva de un pueblo, ya no se entiende que el fin último de sus macrosantuarios sea simplemente “orar”. Más que a ello, la operación tiende a calentar una situación política determinada, a presionar electoralmente a sus borregos y a servir con fidelidad al proyecto oscurantista de Ratzinger, con el espíritu servil que les caracteriza.

Desde el Fòrum per la Memòria del País Valencià nos invitan a colaborar en una campaña de envío de cartas al Arzobispado y al Ayuntamiento de València. Se denuncia mediante ella que los miembros de una organización como la ICAR, aliada con los fascismos de la época, no pueden ser considerados totalmente “inocentes”. Por el contrario, colaboraron en la industria de la represión tras el golpe militar, participando en la maquinaria carcelera y genocida del régimen franquista. La edificación de un macrosantuario semejante en un terreno público equivale, sin duda, a una grave afrenta para las víctimas reales de la historia. Por ello, la campaña es también una llamada a la memoria de los más de 26.300 republicanos, demócratas, socialistas, comunistas, anarcos, homosexuales, masones y ateos enterrados en las fosas comunes del cementerio de València. Sin nombre. Sin ataúd. Sin registro. Su sangre no volverá a licuarse, como en la farsa del milagrero Pantaleón. Pero algo de ella, afortunadamente, corre todavía por nuestras venas.

El nóbel ruso Ginsburg ha hablado de “canallas con sotana que quieren secuestrar el alma de los niños”. Para los enciclopedistas D’Alembert y Diderot, el fanatismo era “la superstición en acción”. Pero cuando los fanáticos y los secuestradores de almas idean estrategias de control, planean ofensivas, urden tramas y alardean de caridad cristiana, su comportamiento se traduce como pura delincuencia. Delincuencia que, sin duda, no es monopolio del alto ni del bajo clero, como demuestran ciertas actuaciones judiciales y de otros tantos políticos conjurados. La época de la sinrazón tiene, al menos, esas consolaciones.

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