11.9.06

"Arte blasfemo"

La definición de un arte blasfemo tropieza con cirtas dificultades metodológicas. No puede ampliarse excesivamente el concepto como para integrar en él diversos movimientos o artistas que, bajo algunos de sus aspectos, pudieran ser catalogados así. Por otra parte, debemos reducir igualmente el terreno al ámbito de la cultura occidental. Sólo es concebible la “blasfemia” en el marco del monoteísmo de tronco abrahámico, debido precisamente a la exuberancia gráfica y al predominio conceptual de los mitologemas afectados: la culpa, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte o el pecado.

El arte "ateo", por deducción, no formaría una categoría en sí mismo, sino que estaría compuesto por obras de arte independientes y dispersas, cuya temática se realizara en plena confrontación con las ideologías espiritualistas. Algunas obras de Francis Bacon o de Grotz podrían definirse como arte "ateo", aunque su grado de beligerancia se reduzca a una descripción intencional. También el constructivismo ruso, de acuerdo con lo expresado en su manifiesto, es claramente un arte ateo (¡La religión es mentira, el arte es mentira! -consigna nº 2-).


Sin embargo, para definir de algún modo el arte blasfemo, deberíamos verlo como una expresión concreta y provocadora que imite au rebours la iconografía religiosa (especialmente la cristiana). La intensidad o el extremismo gráfico de algunos artistas puede haber dado pie a que sean considerados (por los sectores reaccionarios del convencionalismo cultural) como "blasfemos".

Pensemos en Cris Burden, por ejemplo, que hizo que le disparasen en un brazo (1971) o que le crucificaran al techo de un Volksvagen (1974), y en Hermann Nitsch, que en 1965 consolidó una serie de performances con el nombre de Orgies-Mysteries-Theatre que, en bastantes ocasiones, fueron clausurados por la policía. Este artista vienés asociaba sus representaciones ritual-culturales antirreaccionarias y de carácter voluptuoso con las ceremonias religiosas, en las que el desenfreno orgiástico de los actores era una antítesis con respecto a los mitos cristianos. Se arrancaban las entrañas de un animal, entre vapores de incienso y cantos litúrgicos, terminando con la crucifixión del cadáver. El mismo Nitsch formó después el grupo "Wiener Aktionismus", donde su compañero Günter Brus se acuchillaba con unas tijeras hasta quedar cubierto de sangre, y realizaba varios actos tabú en el escenario, como cagar, vomitar o comerse su propia mierda. Tal tipo de performances ofrecen, como factor fundamental, la imitación paródica de rituales religiosos, y que por ello, aunque la catalogación de "arte blasfemo" no exista en realidad como una categoría definida, entran a formar parte de un arte radical emparentado con los conceptos de sacrificio y automutilación, profundamente relacionados con la estructura psíquica de la religiosidad.

Linda Montano, en 1975, se vistió de monja, bailó, chilló y escuchó confesiones en San Francisco. Mary Beth Edelson declaró el final del patriarcado, tras un espectáculo de autolesiones en el que equiparaba a su propio cuerpo con la tierra. Es cierto que podríamos entender todo esto como una simple expresión de masoquismo, pero es evidente que se trata de estéticas de vanguardia, marginales, es cierto, pero que a su modo expresan un "contra-terror" frente al lavado de cerebro consumista, y en los que la reacción del público es un elemento clave.

En relación íntima con este campo temático, el "arte blasfemo" utiliza igualmente la metáfora del cuerpo para hacer aparecer con extrema crudeza la livianidad y artificialidad objetiva de la panoplia religiosa. La yugoslava Marina Abramovic comienza su espectáculo Biography (1994) colgada de unos cables, ante el fondo luminoso de una enorme cruz y con unas cuantas serpientes saliendo de un saco en el suelo. Introduce en sus performances los rituales cristianos de la flagelación y la estigmatización. La francesa Orlan (n. 1947) desarrolla un arte carnal en el que manipula quirúrgicamente su cuerpo. En Single breast: phalic monstration (1979) se muestra con hábito de monja, el rostro hinchado por el bisturí y los pechos desnudos. Según afirma ella misma, se trata de invertir la idea bíblica según la cual "la palabra se hace carne", para que la carne se haga palabra. Hannah Wilke (1940-1993) hizo de sí misma el sujeto y el objeto de su arte cuando ya el cáncer había hecho estragos en su cuerpo. En la secuencia fotográfica Intra-Venus se mostraba a sí misma cubierta con una sábana, como una Mater dolorosa. Imágenes muy duras todas ellas, su mérito y su validez consisten precisamente en la ruptura salvaje con los valores estéticos de la moral cristiana.


De ahí que, aunque ni siquiera los artistas mencionados aquí se hayan propuesto la inclusión en una categorización colectiva, bien podría entenderse su concepción del "arte" como formando parte de una estética blasfema a la que artistas como Ferrari, aunque con menos radicalidad, se adhieren. El fotógrafo Andrés Serrano –otro ejemplo que no podría omitirse aquí- adopta a su manera la tradición visual del cristianismo, y representa a personajes de complejos dramas religiosos, explorando con ellos el pecado, el sacrificio y la culpa a través de un enfrentamiento con su herencia católica. En el seno de la categoría analizada, podrían incluirse sus fotografías de Immersions y Bodily Fluids, una de las cuales, Piss Christ, desencadenó las iras de buen número de creyentes convencionales.

Seguirá…

8.9.06

A propósito de la "Fundación Europa"

Carta abierta de la Federación Internacional de Ateos (FIdA) al Presidente del Parlamento Europeo, Sr. D. Josep Borrell.

Estimado Presidente:

Leemos con cierta alarma que se ha creado recientemente la Asociación para la Fundación Europa, que está auspiciada por el Vicepresidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro, y por el Vicepresidente de la Convención de Cristianos por Europa y Director del Departamento Político Europeo, Giorgio Salina, entre otros.

Esta asociación pretende tener como objetivos la promoción de la doctrina social de la Iglesia en las instituciones comunitarias, e impulsar el dogma católico y la mención de confusas raíces históricas y culturales en la redacción del documento de la futura Constitución Europea, un texto que nos afectará a todos por igual, con independencia de nuestras creencias o criterios personales.

Por ello, dada la clara intención de promover e incrementar las influencias religiosas en unas instituciones laicas por definición, queremos exponerle algunos planteamientos que entendemos de notable relevancia:

1. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su canon 2.266, reconoce el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir el recurso a la pena de muerte, dejando así abierto el camino a la justificación de crímenes religiosos o de Estado. Tal artículo contradice tanto la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (art. 2) como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que por otra parte no ha sido hasta ahora asumida por el Estado Vaticano, al considerar sus dirigentes que tales derechos emanan de sus leyes divinas.

2. El Estado Vaticano no es miembro de la Unión Europea ni tampoco es un Estado democrático, aunque mantiene un conocido empeño en que la UE se imponga como herencia cultural una religión que paradójicamente se originó fuera de nuestro marco geográfico.

3. La doctrina jurídica de ese Estado respalda la homofobia y rechaza la igualdad de la mujer.

4. Distintos escritos de capital relevancia en la historia y legislación canónica de la religión católica implican la declarada intención del estamento vaticano de supeditar las distintas soberanías nacionales a la legislación de su doctrina social y de su moral política. Le transcribimos, como ejemplo, el extracto de un reciente estudio sobre la necesidad de la confesionalidad del Estado realizado por un reputado intelectual católico contemporáneo:

La Iglesia ha sostenido siempre que los Estados deben rendir culto público y
colectivo a Dios y ajustar sus leyes a las de Dios (…) Pero por razones de
prudencia política no lo ha exigido siempre ni en todos los países con la misma
intensidad. Nunca la Iglesia ha querido forzar las cosas en naciones donde la
Religión Católica es sensiblemente minoritaria; ha preferido ceder como mal
menor. Pero esa es la doctrina o “tesis”, con fuertes apoyos en la Sagrada
Escritura (…). Por defenderla, los católicos españoles de antaño han vertido
ríos de sangre (…). La aceptación del hecho del pluralismo religioso es una
“hipótesis” de trabajo, y nada más. Es una situación defectuosa de la cual hay
que salir.

(José Martín Brocos Fernández, sociólogo, profesor de la Universidad San Pablo
CEU, de Madrid, en revista Arbil, nº 102, marzo de 2006).

5. Igualmente, la doctrina católica no permite la libertad de conciencia ni de religión, derechos fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico y del de todos los europeos.

Comprendiendo que resultaría abusivo relatarle todas y cada una de las controversias que se suscitarían si tal espíritu católico, u otro de similares criterios, llegase a arraigar en nuestras instituciones, dado su claro sesgo antidemocrático, le rogamos defienda de la mejor manera posible ahora -y previendo también para el futuro- los principios laicos de nuestra Unión, tomando en cuenta la relevancia de los puntos que hoy le exponemos.

Sin duda, la iniciativa llevada a cabo por varias organizaciones laicistas y humanistas europeas en apoyo de una Carta Europea de Laicidad, que complemente la Carta de Derechos Fundamentales en base a la neutralidad de las instituciones en materia religiosa, sería un acertado antídoto frente a este tipo de pretensiones.

En la confianza de que nuestra alerta sirva a los fines declarados del Parlamento Europeo, y a la espera de las decisiones políticas que usted al respecto entendemos debiera impulsar, quedamos a su entera disposición,

Federación Internacional de Ateos (FIdA)

1.9.06

París – Texas… Valencia


Benedicto el Magnánimo ha deslumbrado hoy a unos cuantos párrocos de Albano (Italia), al afirmar que la fe es más fuerte que todas esas corrientes históricas que van y vienen, como el relativismo moral, la razón ilustrada, el marxismo, el laicismo, las invasiones musulmanas, Hitler o el método científico. Voltaire era un papanatas al pensar que la Iglesia tenía pocas posibilidades -les dio a entender- pues demostrado está que el siglo XIX fue el siglo de los santos, y que cualquiera que albergue la pretensión de derrocar a la Santa y Apostólica Madre está condenado al fracaso. O al infierno, ya que, según defendía ayer mismo su amigo Amorth, decano de los exorcistas italianos, el diablo existe, posee incluso a poblaciones enteras, pues cuando disminuye la fe el maligno llena las cabezas de los hombres de supersticiones y locuras.

Pero en realidad, cuando en las sociedades humanas disminuye esa fe tan apegada a certezas absolutas, a ángeles caídos, a partos virginales o a la infalibilidad de quien manda, lo que surge, como insinuó Descartes, es la duda. Y la duda metódica conduce a la investigación científica y al respeto por las diferencias. De la duda nació la crítica social, la reflexión filosófica y el avance científico.

Frente a esa duda, tan humana y tan miserable, el santo Padre afianza la imagen de una fe invencible, triunfal frente a sus enemigos, erecta y firme ante cualquier minucia histórica como las citadas. Tras su estela, los milicianos de Cristo defienden teorías cuasi-creacionistas y las introducen en las escuelas, retocan la nomenclatura urbana en honor de sus jefes o erigen monumentos grandiosos con sus iconos publicitarios. El sacerdocio, como casta, redacta documentos que incitan a la insumisión civil, arrastra a sus fieles a manifestarse por las calles y maldice públicamente a sus adversarios ideológicos.

La amenaza de un retorno al integrismo del Medievo no es despreciable. La táctica del repliegue es un signo de alerta, aunque no terminemos de creer que lo suyo constituya un peligro serio e inminente y sigamos pensando que nuestras fuerzas son superiores. No sería extraña, sin embargo, una revalorización momentánea de sus mitos, aunque se dé en situaciones locales determinadas o respondan a un evidente sentido de la derrota. Es el caso de la infiltración de la teoría del Intelligent Design en USA, un remedo del creacionismo evangélico del XIX –el siglo de los santos. Y también de la redenominación de la Plaza del Atrio de Notre Dame, que a partir de ahora se llamará Plaza de Juan Pablo II (un personajillo bastante siniestro, como algunos sabemos).

También, lamentablemente, porque nos toca más de cerca, es el caso de la cruz de cuarenta metros de altura que, erigida orgullosa ante el Museo de las Ciencias de Valencia, se levantó de forma provisional para aquel encuentro de familias católicas que se simultaneó con el accidente de los 42 de Jesús. Tiene las simpatías de nuestros dirigentes locales, azuzados por Rita Barberá, y hasta cuenta con una campaña de apoyo orquestada por los ultras de Hazte Oír. Según sostiene el PP, lo que se ha puesto sobre la mesa es la posibilidad de que permanezca un hito en recuerdo de la visita del Magnánimo. El concejal socialista Juan Soto opina que la iniciativa es anacrónica y que ataca los fundamentos del laicismo. El Arzobispo ha querido mediar y propone que sea trasladada al nuevo panteón de los mártires azules del anticlericalismo del 36… Parece que la cosa se anima. El símbolo de la cruz, el mismo que alzaban los viejos inquisidores no hace mucho, el emblema de la fe que nos salva del diablo, de la ciencia, de la modernidad, del progreso, del marxismo, de las corrientes iluministas y hasta de Hitler, podría consolidarse como faro y sólida roca ante las excentricidades arquitectónicas de Calatrava. ¿Hay o no hay aquí una alegoría?

Los de la FIdA, era de esperar, emitieron ayer un comunicado de rechazo y denuncia, exigiendo la inmediata retirada de un icono al que consideran un falo mágico ostentoso, y cuya permanencia ataca deliberadamente los principios básicos constitucionales. Tan tímida crítica puede ser efectiva, al menos en tanto que limitada aportación a la reforma de la opinión pública y como estilete dirigido al sagrado hígado de jerarcas políticos y religiosos.

Pero, en el fondo, los ateos admiramos la mordacidad y la ironía, aunque provenga de un deísta tan iluso como Voltaire. La fe –dijo- consiste en creer en las cosas porque son imposibles. Los cristianos de hoy pueden seguir creyendo en la astucia de Eva, en serpientes que hablan, en las trompetas de Jericó o en la elocuencia de la burra de Balaam. Sin embargo, les aconsejaría, si me lo permiten, que vayan perdiendo la confianza en hitos escultóricos demasiado duraderos. La razón no puede seguir la estela de su fe.