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¿Un pesebre en el contenedor? De kafkiano y malvado ha calificado el suceso la abogada que presentó hace unos días la denuncia en el Juzgado de guardia de la capital malagueña contra la pérfida directora del instituto “Las Lagunas”. La acusación, simple y evidente: Infracción con alevosía del artículo 525.1 del Código Penal español. Escarnio y vejación de las creencias religiosas. La penitencia exigida, recta pero indulgente: de ocho a doce meses de prisión. Que sea el año cumplido es lo que cabe desear, porque la infamia no se limitó a un insulso, bobo, desganado y poco elaborado abandono de los sacratísimos muñequitos, las cabritas, el caganer, los pastorcillos y los angelotes en el cubo de la basura. Como dice nuestra beata denunciante, la muy puta de la directora no se quedó en ofensa leve, sino que lo suyo ha sido, además de borde y con mala leche, un “ataque en toda regla contra nuestras raíces culturales”.
Los padres católicos de la FECAPA se mostraron más blanditos días antes. Pidieron, con cierta buena fe, la destitución inmediata de la interfecta por lo que consideraron “una actitud irrespetuosa”. La tacharon de “católica resentida y reaccionaria”, y a su herejía circunstancial sumaron el poco respeto y el desprecio que pareció haber demostrado la señora por las pías manualidades de los niños. El Consejero de Educación, claro, pudo oponer sus retorcidos argumentos incluso con cierta desgana y bastante descaro, pues en estas fiestas tan familiares costumbre es apelar al buen rollito de las gentes y desearse mucha, muchísima felicidad.
Por fortuna –y digo bien-, no todo es miel sobre hojuelas en este bendito país, y aún existen quienes, percibiendo indudablemente el olor a azufre allí donde comienza a infectar el ambiente, alzan a voz en grito su santa cólera y empuñan de nuevo la cruz y la espada frente a esos atisbos, tímidos todavía, del laicismo agresor y totalitario que parece querer invadirlo todo, por obra y gracia del diabólico Zapatero.
Así que, zapateros contra carpinteros, más que metáforas son claridades lo que debería exigirse en todo momento. De ahí mi apoyo incondicional y mi simpatía por la señora denunciante, que no limita sus razones a causas peregrinas fácilmente desechables por los adalides de la aconfesionalidad –“falta de respeto” o “desprecio por el trabajo de sus niños”- sino que ahonda en la raíz filosófica de la ofensa, comprende su extrema complejidad y le otorga, por ello, la debida trascendencia. Como afirma en su denuncia, se trata de un “suceso malvado”, de una “persecución contra la fe cristiana”, de un “encarnizamiento en posturas fanáticas y agresivas”, que no tiene más fin que el “lavado de cerebros” de las criaturas a su cargo. Y, por añadidura, luego, “no pidió perdón”.
La señora abogada, digna hija de la Inmaculada, virgen y patrona de la honrada abogacía españolista, ha solicitado al Juez de instrucción que extienda una orden de alejamiento, para evitar que esta moderna émula de Herodes se acerque a los “menores creyentes” y les contagie su amargura. Y ahí, definitivamente, la señora se ha quedado corta, muy corta. Yo, que soy ateo, muy ateo, y que estoy interesado en la claridad de los acontecimientos, exijo, además de la reclusión carcelaria ejemplar y del prudencial alejamiento, la condena a galeras, la excomunión, la hoguera, las orejas de burro, la flagelación pública, los grilletes, la camisa amarilla y la estrictissima y providencial sanción pecuniaria que se merece la infame. Por el bien de la acusada, para salvar su alma, es necesario que la ley actúe con toda firmeza, que el Derecho –canónico- se una al brazo secular en la aplicación sin excusas del artículo 525.
Quizá, de esta manera, las respectivas posturas queden por fin al descubierto. Los aprendices de laicistas, arrepentidos de su cansina tolerancia, mostrándose ya definitiva y firmemente contrarios a las veleidades multiconfesionalistas de unos gobiernos que inclinan su –nuestra- Constitución ante tratados internacionales de segunda, que otorgan bajo mano prebendas y sustitutivos varios a los brockers arzobispales y que siguen permitiendo, por prudencia electoralista, que la Santa y Católica Madre intervenga en la vida de todos.
Los otros, los del belén y el incienso, reclamando abiertamente la santa tierra de España, el catecismo como asignatura esencial e ineludible para la formación científica del alumnado, la asistencia obligatoria a la misa los domingos y fiestas de guardar y el retorno de aquella herramienta fabulosa que fue el Santo Oficio.
Quizá, de esta manera, se ilustre también la clase de Código Penal que está aquí todavía en vigor, cuyas leyes contra la blasfemia constituyen un residuo tan teocrático como anacrónico y con cuya aplicación estricta la magistratura caería, en estos momentos, en un ridículo y una vergüenza equivalentes a la autocensura del Teatro de la Ópera de Berlín, al caso Redeker, a la unidad de España como principio religioso o al secuestro del semanario árabe Nichan por burlarse del “rey” y del “profeta”.
Pongamos el reloj en hora de una puñetera vez. Y dejemos que lo ridículo aparezca sólo como tal, y no cargado además de insensatez y de prepotencia. Ya lo dijo el otro día el delegado episcopal de enseñanza católica: “o estamos con la vela o a guantazo limpio”.
Pues, ¡ea!, vamos a ello. Yo también quiero ser procesado por infringir el maldito 525. Me autoinculpo. Este mismo blog es buena muestra del delito: vejación, desprecio, escarnio y mofa de toda creencia religiosa. Así de claro. ¿Osará algún valiente vividor de la política proponer la necesaria reforma del Código Penal? ¿Me concederá algún católico juez unas vacaciones pagadas? ¿La virgen siguió siendo virgen después del parto? Misterium tremendum. Veamos quién tiene de su parte a la razón…
Un artículo de opinión, publicado hoy en "El Faro de Murcia" y escrito por un católico, oculta entre algunas majaderías el texto siguiente:"El relativismo es el nuevo nombre de la creencia laicista. Viene a representar el esfuerzo del ateísmo militante práctico, que enlaza históricamente con el iluminismo y puede desarrollarse en el sincretismo político (se puede dar, por lo tanto, en militantes de un signo político o de otro). El esfuerzo de este laicismo no es realizar una guerra abierta o una persecución visible, sino crear estados de opinión que vayan eliminando los fundamentos históricos de la fe".En ocasiones, los creyentes pueden aclararnos algunos aspectos de nuestra propia militancia. La relación directa entre el ateísmo activo y la política no proviene de conjugar la increencia con una opción marxista o anarquista-campos en donde el ateísmo ha desempeñado un papel importante, aunque secundario- sino como el lógico desarrollo práctico de una actitud racional que examina críticamente el factor religioso y su influencia sobre el contexto social.La existencia de ateos en el campo político conservador es un hecho. Basta con recordar a la Fallaci, o a Pera, el Presidente del Senado italiano, y a la corriente de los "atei devoti". O, más allá, a Maquiavelo, a Carl Schmidt o a Thomas Hobbes. Para la filosofía política conservadora, la religión es un factor de estabilización social. También Voltaire dijo aquello de que "si no hubiera dios habría que inventarlo" -a lo cual respondió Bakunin con una declaración muy típica de su espíritu revolucionario: "si dios existiera, habría que matarlo". De lo que se sigue que, partiendo del hecho personal de la increencia, es posible que se den desarrollos teóricos en el campo de la reflexión social muy diferentes. Sin embargo, es indudable que habitamos una situación histórica y económica concreta, determinada por el neoliberalismo y por el poder abstracto del capital. Este neoliberalismo da lugar a formas de autoritarismo menos evidentes que en épocas anteriores. Aliado a este nuevo imperio está el neocristianismo en sus diversas ramas, enfrentado a un islam que constituye un claro factor de agitación en las sociedades agrarias periféricas. Ambos fenómenos ideológicos se basan en la irracionalidad y en la tradición, retroalimentándose mutuamente y manteniendo así a la humanidad en un ficticio pulso de "civilizaciones". La influencia moral que ejercen estas monstruosidades espiritualistas tiene claras consecuencias sobre la vida de la población, porque finalmente reducen su campo de acción a la política, entendida no como el conjunto de las relaciones sociales enfocadas a la convivencia democrática, sino, por el contrario, en tanto que herramienta de control y adoctrinamiento. El complejo religioso, al menos tal como se presenta actualmente en sus diversas variantes formales, requiere para su subsistencia de una estructura jerárquica, y apela a la "libertad de culto" (o a la hegemonía ideológica) para seguir imponiendo sus modelos y sus doctrinas sociales. Al anclarse en mitologemas, pueden prescindir de más explicaciones y seguir interfiriendo en el discurso social u oponiéndose a la necesaria racionalidad crítica que debería aplicarse en el contexto político. Una racionalidad que, por otra parte, sólo puede provenir de una posición intelectual ajena por completo a cualquier fideísmo.De manera que, en referencia a nuestro mundo y a nuestra cultura occidental, la exigencia de una moral autónoma es el punto de partida para una transformación radical de las relaciones sociales, para que avancen hacia un espacio público de libertades reales, superando el dominio de las ideologías religiosas o mercantiles, que reducen al ser humano a la categoría de"productor", de enajenado soporte de la mercancía, del trabajo y de la alienación publicitaria.Ese es el campo en el que el ateísmo abandona un espacio acrítico de "pura opción filosófica" para convertirse en factor de transformación social. El ateísmo implicará entonces la "descristianización" y la "desislamización", el demoler mediante la crítica subversiva, punto por punto, toda esa red de mitologemas que arranca de la justificación del poder verticalizado, de la diferencia de género, de la explotación económica o de la reducción de la cultura a un simple elemento de intercambio mercantil. La jerarquía y la autoridad se basan, en última instancia, en la aplicación terrenal de modelos celestiales. La religión es el último bastión de cualquier ideología de la rapacidad. Su punto más oculto.En este sentido, para mí está claro que el ateísmo no está en modo alguno separado de la política. Ni en su reflexión crítica ni en su deseable campo de actuación. Hay objetivos concretos, existen posibilidades de maniobra, disponemos de razones para denunciar los avances y las estrategias de los portavoces de la irracionalidad. Pero no como una adhesión a las viejas ideologías, desde luego, ni como argumento para limitar sus contenidos o para reducir sus posibilidades. También las ideologías políticas, cuando se convierten en un marco exclusivo de valores, adoptan componentes típicos de la religión. En este sentido, el concepto de "dioses" se amplía y deja de pertenecer propiamente al terreno de la fantasía religiosa. También aquí el ateísmo ha de saber utilizar sus herramientas críticas para poner al descubierto que la irracionalidad y la fe son capaces de desplazar sus contenidos hacia una multiplicidad de ídolos no necesariamente religiosos, aunque siempre "trascendentes".