Los guardianes del espejismo religioso, lejos de limitar su intransigencia al terreno de lo moral y de guarecerse en el saludable autismo de sus doctrinas antinaturales, aspiran a una santa alianza. Una que favorezca tanto la autonomía de la acción en sus respectivas parcelas territoriales como la infiltración cancerosa del idealismo mágico en la totalidad del cuerpo social que pretenden asignarse como propiedad. Del integrismo católico a la barbarie islámica, sin olvidar los pequeños fundamentalismos de la periferia o el embate anti-racional del evangelismo anglosajón, se dibuja un arco cuyo centro no está en ninguna parte –el fantasma divino de los monoteísmos- y cuya circunferencia lo abarca todo –pues la negación de la racionalidad es omnipresente-.
Imagen inversa del conocido ejemplo cartesiano, según el cual “Dios” está en todo punto del universo, la propuesta del ateísmo contemporáneo no se reduce a una mera posición filosófica. La constatación del “hecho ateo” implica hoy, como consecuencia, la necesidad de formular soluciones prácticas y de llevar a cabo una síntesis aplicada a la transformación ética, a la modificación del entorno socio-político o a la elaboración de una estrategia de reivindicación lingüística y cultural. A la crítica de la religiosidad y al análisis de sus ambiciones de control público sumamos, por ello, la exigencia nada discreta de un proyecto constructivo que, al arrasar con toda fabulación mítica, instaure un medio existencial propiamente humano. Es decir: materialista, ateo y hedonista.
El hedonismo ha tenido muchos enemigos. La presentación del “bien” como argumento ontológico absoluto, desde Platón hasta el tímido Kant, pasando por la ciénaga literaria de los ideólogos cristianos, propone el menosprecio del placer y su catalogación como “pecado” o como vicio contrario al imperativo moral. En todo caso, la vieja acusación de “egoísmo” responde a una interpretación de la felicidad que la reduce a un abandono de las “virtudes ascéticas” y que confunde el placer con el objeto del placer. Para los antihedonistas, éste es un valor de naturaleza inferior, que debe subordinarse a otros prejuicios éticos, normativos y “espirituales”. Junto con el relativismo –la negación de verdades absolutas-, la tentación hedonista se ha convertido últimamente en uno de los monstruos preferidos de la crítica ratzingeriana de la modernidad.
…Y, sin embargo… ¿no constituye toda escatología religiosa una aspiración ciega al placer infinito, una rendición a la felicidad post-mortem (es decir, la única verdaderamente inexistente)? Con toda razón, el terrorismo religioso actúa en la cuerda floja de un falso hedonismo, mutilado y desprovisto de toda corporeidad. De un hedonismo que no es tal, puesto que rechaza todo contacto con la realidad y, lo que es peor, se opone a ella y se arrodilla ante su negación hipostática. Dolor, sacrificio, muerte, sufrimiento y desvarío son erigidos como valores previos a un goce paradisíaco eterno en el que abunda el vino, el opio, los manjares definitivos y las huríes complacientes. O a la gloriosa “visión beatifica” de los santos, tanto da. La alucinación colectiva no tiene fronteras.
Aún así, la complejidad de la situación histórica y la falta de coherencia intelectual de muchos que se consideran izquierdistas conduce a otro tipo de antihedonismo, igualmente desastroso. Para éstos, la justicia como placer social debe remitir ante los ingredientes menos violentos de las tradiciones religiosas, y la apetencia de una pluralidad acrítica desembocar en el falso paraíso de la tolerancia y del respeto a las ideologías que sitúan la voluntad de un imaginario “Dios” por encima de la de los hombres. Lo cual obliga a la renuncia de la lógica como principio arquitectónico de toda ética del sentido común. Imposible cualquier justicia en esas condiciones. Imposible, también, cualquier cambio significativo en ausencia de una comprensión atea del mundo. Sólo pequeñas reformas transitorias. Libertad es también, y sobre todo, libertad sobre los ídolos, independencia absoluta frente a su influjo.
Cuando se propugna el aprendizaje de la democracia por medio del pío estudio de la hagiografía, se erigen templos en preservación del nacional-catolicismo, se trasmite el creacionismo en las escuelas y se embiste contra la ciencia y el derecho con la excusa de la “dignidad humana”, nadie puede extrañarse de que un fantoche vestido con llamativos colores y al que le cuelga una concha del sombrero proponga el dolor como fundamento ético, exhorte a un nuevo rapto de Europa o advierta de colapsos apocalípticos en el caso de que el gran Manitou al que reza sea olvidado por los pequeños consumidores. El mercado es el mercado. Pierde el laicismo. Gana la revancha clerical y el santificado derecho a la “libertad” religiosa.
Otro fantoche, señor del desierto y siempre marioneta de los intereses de Wall Street, invoca simultáneamente a la conversión al genio de La Meca y a su exclusivo profeta. Asesinos y suicidas acogen con fervor místico el mensaje y emiten juramentos en forma de ondas expansivas. “Sumisión” es el término anhelado, y “Yihad” la técnica amatoria. Moderados y radicales acarician el mito de que su dios es grande, de que la felicidad sólo puede encontrarse después de la propia muerte y de que la ciudad humana está inmersa en el pecado. Pero ser políticamente correcto impide afirmar que la ideología que subyace en la barbarie de la sangre es la misma que la que sus acólitos más moderados venden como mensaje de paz y tolerancia. O que el tierno mensaje de los Evangelios sigue animando las piras inquisitoriales, los edictos reales y la falsificación descarada de la historia a la que se presta el clero de todas las épocas. O que lo religioso, en fin, está compuesto de anti-valores cuya nocividad no es circunstancial, sino inmanente.
Maldita sea entonces la corrección política…
(Editorial del Boletín crítico-informativo nº 136 de la Federación Internacional de Ateos, FIdA).
10.9.07
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Hola Baron, otra entrada estupenda, pero hecho de menos que no has comentado a la representacion principal judia, su estado de Israel, a no ser que por lo de politicamente correcto los incluias en los interes de wall Street y porque estos a su vez son tambien politicamente correctos y esconden sus creencias detras de su bien conocida aptitud para los negocios y sus acciones aparecen mas en las secciones de politica internacional.
ResponderEliminarAunque ya publique una entrada en mi blog, para facilitar la busqueda te añado dos enlaces aqui:
http://www.voltairenet.org/article150688.html
este no estaba pero lo estuve leyendo ayer.
http://www.voltairenet.org/article141382.html#article141382
y nuevamente... felicidades por tu blog.
Es un triste sino el del mundo, cuyos moradores intelectuales siempre han necesitado de algo o alguien que justificase su existencia. Y más triste es que esa justificación le ha llevado a su propio sufrimiento. Lo patético es que a pesar de la gran evolución técnica e intelectual, la justificación ancestral aún perdura y se fomenta para intereses mezquinos y propios de personas, cuantomenos, maintencionadas. Simple pero así de claro lo veo.
ResponderEliminarEl ateísmo predicando valores. Qué lejos queda Nietzsche.
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