La visita del Papa Ratzinger, alias BXVI, a la más grande Universidad de Italia, “La Sapienza”, en Roma, prevista para el jueves 17 de enero para inaugurar el año académico, ha desatado una fuerte polémica. Un grupo de 67 catedráticos escribió al rector, Fabricio Guarini, solicitando que fuera cancelada por el carácter oscurantista y reaccionario del personaje. Aludían a a la calificación de “justo y razonable” con que en 1990 el entonces cardenal se refirió al proceso de la Iglesia contra Galileo, y se tachaba de “incongruente” su presencia en un entorno destinado a la docencia y a la investigación científica. A la petición se sumaron las protestas de buena parte de la población estudiantil, lo que ha motivado, hace escasamente unas horas, la decisión de El Vaticano de suspender la visita.
Para algunos medios, y también para cierto sector de la política italiana, la retirada de Ratzinger representa “la victoria de la intolerancia violenta y arrogante de una parte minoritaria de la cultura laica del país” (palabras empleadas por el Secretario de la Unión Demócrata Cristiana, Lorenzo Cesa). Para otros, entre quienes nos incluimos, la polémica suscitada y la firme posición de los 67 firmantes y de los estudiantes que secundaron la protesta implica, por el contrario, un pequeño triunfo de la razón y del laicismo ante la prepotencia del viejo chamán del Catolicismo.
Felicitamos, por ello, a los protagonistas de esta historia, y nos solidarizamos con la exigencia de que el poder religioso deje por fin de inmiscuirse en terrenos que le son absolutamente ajenos. El hecho de que el anterior Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) pretendiera ser recibido con todos los honores en la Universidad de Roma, e incluso dictar una “lección infalible” de apertura, hubiera constituido una contradicción evidente en un espacio laico de ciencia y de cultura. Lejos de significar un “hecho gravísimo”, un “daño para la democracia”, una “tensión inaceptable”, una “vergüenza por parte de una minoría laicista ignorante” o una “censura” (términos todos ellos con los que se ha expresado recientemente la maquinaria de prensa italiana), la retirada del Sumo Inquisidor se enmarca en una lógica aplastante: la necesaria separación entre las creencias irracionales y el dominio del saber científico.
En cierta manera, se ha reivindicado en La Sapienza a la figura de Galileo, y con ella a los derechos y las libertades que todo Estado laico debe defender. Ni más ni menos. Y se ha puesto además de manifiesto que el integrismo y la superstición religiosa no son invencibles, y que los argumentos de la crítica y de la razón científica, aún mantenidos por unos pocos profesores y estudiantes, no pueden retroceder ante el empuje ciego de la barbarie.
16.1.08
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