skip to main |
skip to sidebar
La Inquisición nunca fue abolida. Como la guerra, la inseguridad o el miedo, la hemos interiorizado e incorporado a nuestra propia existencia, considerando normal e incluso legítima su aspiración a perpetuarse. Nunca fue abolida, porque no es su función animar una pueril escenografía de la tortura. Por el contrario, sus afilados instrumentos quirúrgicos apenas apuntan a la víscera o al órgano. Más allá, o más acá de ello, son utilizados para diseccionar ideas, comportamientos y actitudes. Para separar la pureza de los dogmas de la impureza de los seres humanos y de su materialidad. Todo queda así justificado. Los medios no importan, si el fin es la universalización totalitaria de la neurosis religiosa. Para los mercenarios de la geometría moral o del sagrado orden impoluto, el derecho y la razón representan a la barbarie y al libertinaje. Odian al nihilismo, pero adoran a la nada. Dicen defender la vida, y solo aspiran a la muerte. La diversidad les asusta. Lo distinto, lo autónomo, lo ajeno a su estrecho marco de valores, lo que no se integra en la corriente de sus deseos, merece anatema, infierno y condena. Por supuesto, categorías éstas tan imaginarias como los ángeles, los santos y los grandes Espíritus rectores a quienes suplican. O tan sumamente improbables como ese limbo que ha desaparecido y ese infierno que ha resucitado, dos de los recientes malabarismos teológicos de Benedictus PP.
El modelo divino y la realidad terrena –binomio agustiniano de tan graves consecuencias en la historia- siguen en pugna hoy, más que nunca. El idealismo y la mitología, impositivos por naturaleza, no aceptan límites, y del mismo modo que dotan a sus dioses de infinitud y omnipotencia, tratan de modelar a la ciudad humana de acuerdo a sus ideologemas feudales. La creencia en Dios no solo es errónea. Es potencialmente mortal. Fomenta el fanatismo y el abuso, y deriva en la aceptación de códigos y en su acatamiento somatizado. Ante la inquisición vigente, la respuesta más lúcida posible proviene hoy del humanismo ateo. Lo cual implica una reflexión profunda, una transformación objetiva y un serio desafío…Editorial del
Boletín Digital FIdA nº 119 (25.04.07)
La sabiduría de los teólogos se basa principalmente en la ignorancia de los demás. Hace bastantes años, una Universidad española proclamaba con orgullo: “lejos de nosotros la nefasta costumbre de pensar”. Tomás de Aquino, a quien apodaban el buey tonto, aseguraba que “el afán de conocimiento es pecado cuando no sirve al conocimiento de Dios”.
Hoy, la Universidad de Burgos investirá como Doctor Honoris Causa al cardenal Rouco Varela, el mismo que hace unos días impuso el cierre de la parroquia roja de Entrevías con la excusa de que la liturgia que allí practicaban no se ajustaba a la doctrina oficial de la Iglesia. Su compinche peruano Cipriani, al servicio del Opus Dei, lanzó recientemente una ofensiva contra la Universidad de Lima, con objeto de controlar sus decisiones, su estructura y su ideario. Son ejemplos de una estrategia más o menos concreta que, planeada en el santo burdel romano, busca desesperadamente resguardar el protagonismo católico en la vida pública y retrasar el declive de sus mitos constitutivos, a fuerza de influir en los sistemas de educación o de frenar el avance de derechos fundamentales. Una lucha perdida, como afirma Taibo II, ya que se evidencia día a día el anacronismo y el sentido hipócrita de su cruzada moral e ideológica. Pero cuyas constantes escaramuzas tienden a una ambición obsesiva: la vigilancia sobre los cuerpos, y, por consiguiente, la imposición de una cartografía espiritual que pueda justificar la jerarquía, el patriarcado y la servidumbre. Una cartografía apoyada en el miedo y en el delirio, pero capaz todavía de ser más que una amenaza.
François Faucon nos propone en su artículo un ejercicio constructivo: la consideración del ateísmo en tanto que proceso permanente de creación de sentido. Un anti-sistema de valores, capaz de interpretar la realidad sin necesidad de aceptar instancias sobrehumanas. Posiblemente, solo enfrentándose a ellas y denunciando las consecuencias del paradigma religioso pueda evitarse ese mundo perfecto y neogótico que algunos nos quieren imponer a la fuerza.Editorial del Boletín Digital de la FIdA, nº 118 (20.04.07)
Diariamente, el papel de las religiones y su voluntad de influir en nuestras vidas y contra las reformas sociales sigue un proceso aparentemente imparable. Ya lo declarábamos hace años en nuestro manifiesto: o ateísmo o barbarie. Barbarie a la que asistimos a través de los escándalos de la Iglesia, de su ímpetu regulador y normativo, del adoctrinamiento mediante la violencia, de sus estrategias, sus fórmulas de ataque y su defensa moral. Barbarie que comparten todas las ideologías basadas en la fe, y que establecen una rígida diferencia entre “el bien y el mal”, entre lo “puro” y lo “impuro”.
El fanatismo tiene rostro. Existe en las Hermanas de María, en los grupos pro-vida dirigidos por Ratzinger y por Rivera, en los enajenados que proclaman la Yihad salpicando sangre y en los obispos y cardenales que precisan de escolta armada. Existe en sus cadenas de radio, en sus medios de comunicación de masas y en sus ejércitos de fieles, cegados por el delirio y dominados por un impulso tanático. La Edad Media no es un peligro imaginario, ni una amenaza intangible. Pero frente a ella y a la oscuridad que pretende implantar, nos queda la memoria, la reflexión y el empleo de la razón científica. El auténtico legado europeo, si se entiende la expresión. Dios –como afirma Carlos Esperança- “es un peligro”. Pruebas no faltan. Consecuencias, por lo que se advierte, tampoco.
Hace unos días, las imágenes de la fiesta del Ashura, en el mundo chiíta, recorrían los medios occidentales como ejemplo de fanatismo y de brutalidad religiosa. El “escándalo Montoya” también proporcionó jugosos juicios condenatorios, ya que sus fotografías blasfemas se deleitaban en un curioso combinado de sexo y religión que atrajo las iras de ultracatólicos y puritanos. Esta semana, sin embargo, hemos visto pías y conmovedoras escenas, cuadros de fervor espiritual y bellas muestras de cultura popular. La hipocresía y la desfachatez del clero no tienen límites. Como tampoco su ansia teocrática. Su herramienta es la amenaza y la condena eterna; no gran cosa, pero capaz todavía de hipnotizar a las multitudes. Su moral excelsa, por lo demás, es tan grande que le permite incluso el ejercicio de la coacción y el desprecio de sus bases más molestas. Esas que huelen a pobre y que comulgan con rosquillas. Herejías y abominaciones que, por añadidura, ocupan apetitosos terrenos urbanos. Creencias, adoctrinamientos e iconos históricamente aceptados, pero ajenos a la razón y contrarios al derecho. El análisis de las ideologías religiosas nos remite a su función de dominio de mentes y cuerpos. Se trate del catolicismo replegado en el dogma, del Islam o de las nuevas iglesias de la post-modernidad, sus visiones apenas son divergentes. Apuntan a una sociedad regida por una moral única, sometida, productiva y feliz. Y encima siguen insistiendo en que la culpa de todos los males es nuestra…
El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó el pasado viernes una resolución propuesta por países islámicos para exigir la prohibición mundial de la difamación pública sobre las creencias religiosas. Ésta, como ha afirmado la ONG Human Rights Watch, puede poner seriamente en peligro el derecho a la libertad de expresión, al ubicarla bajo la losa de los conceptos morales y doctrinales y del “respeto” a las religiones. Un triunfo no sólo de los hijos de Mahoma, sino de todas las estructuras teocráticas que representan un desafío constante al laicismo y a las libertades individuales. El error de base: la consideración de las comunidades y de los colectivos como sujetos de derecho. Las consecuencias: un recrudecimiento de las ofensivas oscurantistas contra la blasfemia y una legitimación para las aspiraciones católicas en sus intentos por manipular y someter a la ciudadanía.
Nada más oportuno para que se afiance la deriva conservadora de la Iglesia Católica, concretada estos días en la declaración de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE) y en las varias declaraciones de inquisidores, obispos y prelados advirtiendo contra la traidora Europa, embistiendo a los defensores del derecho al aborto en México o planeando el robo de la Universidad Católica de Perú. “El infierno es eterno”, ha dicho el peligroso talibán Benedicto XVI.
El filósofo Paolo Flores d’Arcais ha definido a esta situación de cruzada oscurantista, enfrentada de forma visceral a la modernidad y a la democracia. El hombre es libre, afirma, precisamente por no estar ya obligado a obedecer normas que le vienen impuestas desde el exterior. La premisa de la modernidad es la autonomía; su promesa es la soberanía del autogobierno. Para la pasión totalitaria de los ideólogos de la religión, el cuerpo político es concebido como una especie de protoplasma social que carece de forma hasta que se le adjudica un orden moral. Lo cual equivale a la pura aniquilación de la libertad de conciencia y al sometimiento de todos a su particular manera de ignorar la realidad.
No lo permitamos…
El catálogo “Sanctorum”, del fotógrafo JAM Montoya, editado en el año 2003 con el apoyo económico de la Junta de Extremadura, comienza con un texto de Eulalia Martínez Zamora titulado “Achtung! Entartete Photographie” (“¡Atención! Fotografía degenerada”). “Entartete Kunst” o “Arte degenerado” fue una exposición organizada en la Alemania nazi el 19 de julio de 1937, donde se incluyeron pinturas, esculturas, dibujos, libros, revistas y artículos como ejemplo de lo que no debería considerarse arte. Entre ellos se encontraban algunos de los mayores artistas e intelectuales de la Europa del momento.
* * *
El pasado 13 de febrero, el fotógrafo extremeño JAM Montoya autorizaba a la Federación Internacional de Ateos (FIdA) la utilización libre de su obra, en concreto de los montajes incluidos en la serie Sanctorum. Desde el Boletín Digital FIdA nº 103, del 15/02/07, estas fotografías han figurado en la cabecera de la publicación, número tras número, hasta hoy. La coincidencia de esta utilización de la serie “blasfema” con unos acontecimientos que han despertado iras, pasiones, anatemas y arrepentimientos en el espectro político español, llegando al extremo de exigir responsabilidades en el Senado al presidente Zapatero, plantea una serie de reflexiones y obliga a una revisión cronológica y crítica de los hechos.
El 10 de marzo, JAM Montoya facilitaba a la FIdA el enlace a una noticia aparecida dos días antes en Minuto Digital. El Centro Jurídico Tomás Moro había presentado una querella contra él, contra los responsables del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura y contra Francisco Muñoz Ramírez, consejero de Cultura de la Junta y candidato socialista a la alcaldía de Badajoz, por un “delito contra los sentimientos religiosos”, tipificado en el artículo 525.1 del vigente Código Penal. La querella se fundaba en que tanto la Universidad como la Junta habían publicado dos libros del fotógrafo en los que se contenían fotos “gravemente ofensivas”. Este colectivo de abogados de ultraderecha había sido creado por Cruz Martínez Esteruelas, ministro de Franco y fundador de Alianza Popular.
El Editorial del boletín nº 110 de la FIdA, emitido el 11 de marzo, planteaba la exigencia, en breve, de una firme movilización de ateos y laicistas en referencia a la denuncia de los ultracatólicos, que ya anteriormente se habían hecho notar por una serie de iniciativas judiciales en el mismo sentido, escudándose en los residuos medievales del Código Penal. También se mencionaba allí la conveniencia de ejercer diversas acciones en el marco de la estrategia general de nuestra asociación. El Editorial fue publicado casi inmediatamente en Periodistas-es, dirigido por Rafael Jiménez Claudín, actual jefe del Área de Edición de Economía de la Agencia EFE.
El 13 de marzo, el diario El Mundo destacaba la noticia de que el Partido Popular denunciaba la participación de la Junta de Extremadura en la publicación del catálogo Sanctorum, editado en el año 2003, aunque excusaba a los populares de no haber tenido conocimiento de ello hasta el pasado diciembre. Afirmaba erróneamente el artículo que el prólogo estaba firmado por el consejero de Cultura, Francisco Muñoz. En realidad, no fue Sanctorum, sino In Breeding 1995-1998, la publicación que contó con dicho prólogo.
Libertad Digital fue el primer medio periodístico que habló explícitamente de “imágenes pornográficas”, repitiendo los epítetos contenidos en el panfleto acusador emitido un día antes por el Partido Popular, que hablaba de “imágenes nauseabundas y escatológicas” de Jesucristo y de la Virgen María. Se repetía el error de El Mundo con respecto al inexistente prólogo de Muñoz en el catálogo Sanctorum, reflejando además la exigencia de los populares de que el presidente de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, reprobara “moral y políticamente” al consejero como máximo responsable de la publicación de “dos obras pornográficas con imágenes religiosas”.
El portavoz regional del PP, José Antonio Monago, en unas declaraciones publicadas en El Periódico de Catalunya, denunciaba que en los catálogos subvencionados por la Junta aparecían “fotografías atentatorias contra los iconos más sagrados de la iglesia católica”. Advertía asimismo que su crítica no se dirigía contra el autor, sino hacia la Consejería de Cultura, por haber editado estas publicaciones con fondos públicos. Monago pidió además que “aquellos que se dieron golpes en el pecho” tras la publicación de las caricaturas de Mahoma en el Jyllands-Posten y en Charlie Hebdo hicieran ahora lo mismo, aludiendo al lamentable papel que la domesticada izquierda europea desempeñó en esa ocasión, dando la razón a quienes pretendieron situar la libre expresión bajo la tutela del “respeto”, y otorgando de ese modo justificación a futuras interpretaciones jurídicas en defensa del delito de blasfemia. La estrategia de Monago era calculada: involucrar a la Iglesia católica y a sus grupos de presión en una operación política que prometía muchas ventajas a corto y medio plazo.
Más sensacionalista fue 20 Minutos, cuyo titular anunciaba, en esa misma fecha: “El PP denuncia a la Junta de Extremadura por subvencionar el libro de un fotógrafo que plasma a Cristo masturbándose”. Cristo y la Virgen aparecían en “actitudes procaces”, escándalo tal que el consejero Muñoz se había visto obligado, en el prólogo fantasma que todos parecen conocer, a calificar a la obra del fotógrafo como de “singular contenido”, y a afirmar, con cierta visión de futuro, que su difusión correspondía a un “compromiso de divulgación sin entrar en otras cuestiones siempre subjetivas”. “Francisco Muñoz –continuaba el periodista- es candidato a la alcaldía de Badajoz por el PSOE”.
El panfleto emitido por los populares constituía un ataque premeditado contra el candidato socialista. Por ello, la rápida propagación de las fotografías de Montoya en la red de páginas afines al PP tenía el objetivo de provocar la reacción de la derecha católica y, con un poco de suerte, involucrar a los obispos en una campaña nacional que podía llegar muy alto.
Los de Vocento reaccionaron un día después, pero ya recogían la noticia de que la oposición había pedido la comparecencia ante el Parlamento regional del consejero de Cultura, y de que éste había tenido que convocar con urgencia una rueda de prensa, en una primera tentativa por aplacar la polémica. En círculos socialistas se habían urdido antes las réplicas y los argumentos a esgrimir, tendentes a una actitud conciliadora con los obispos. Pero Santiago García Aracil, arzobispo de Mérida, ya se había anticipado al hacer pública una nota, el día 13, en la que se quejaba de la “profunda y grave herida” que se había infligido a los sentimientos religiosos de los cristianos, “que conculca el derecho a la libertad religiosa”. Lamentaba además el apoyo de la Junta “por el estilo de su contenido” y por “la reincidencia obsesiva en imágenes pornográficas, insultantes y blasfemas”. A ésta siguió la del obispo de Plasencia, Amadeo Rodríguez, adhiriéndose en todos sus términos a la nota de García Aracil y pidiendo a los católicos que mostraran su “dolorida repulsa”, aunque, eso sí, en términos que “no sobrepasaran el modo evangélico”.
El Confidencial se mostró muy agresivo: “La Junta extremeña lo subvenciona todo”, lo que implícitamente constituía una defensa de la censura por motivos religiosos y una abierta exhortación a la movilización popular. Ese mismo día, la portavoz del PP en la Comisión de Cultura del Congreso, Beatriz Rodríguez-Salmones, instaba a la Junta de Extremadura a “pedir excusas” por la publicación de las “fotografías repugnantes”. La diputada tachó a la obra de “obscena, abyecta, pornográfica y muy ofensiva”, negándole cualquier calidad artística, y calificó de “intolerante” el amparo del Gobierno extremeño a las publicaciones. Los responsables de la Junta se defendieron afirmando que las expresiones artísticas no debían estar sometidas a criterios políticos. El gobierno de Ibarra acusó al PP de utilizar la obra de Montoya para su “ceremonia inquisidora”, recordando que militantes y dirigentes de ese partido visitaron complacidos muchas de las exposiciones del autor.
Esta primera y tímida defensa de los socialistas se concretó inmediatamente en nuevas declaraciones de Francisco Muñoz, afirmando que la postura del PP “no buscaba defender la religión, sino atacar al PSOE y a su candidato a la alcaldía de Badajoz con fines electorales”. Muñoz señaló en rueda de prensa que los populares tenían como objetivo “ocultar” su gestión al frente del consistorio pacense, dentro de una etapa de precampaña electoral en la que diversos medios de comunicación habían denunciado especulaciones e irregularidades en la gestión urbanística del Ayuntamiento. Por su parte, el candidato socialista a la presidencia de la Junta, Guillermo Fernández Vara, hizo constar su rechazo absoluto al trabajo de Montoya, calificando de “disparates” a las imágenes. Denunció igualmente el uso electoralista que pretendía hacer el PP extremeño y trató de separar las creencias personales de cualquier vinculación política.
Finalmente, el presidente Ibarra pidió públicamente disculpas “a todo aquel ciudadano que hubiera podido sentirse dolido” con la publicación de los dos libros por parte de la Editora Regional Extremeña. En un comunicado a la prensa, indicó que parte de su contenido ya fue expuesto anteriormente en una iglesia de Cáceres, durante el año 2003, extremo éste que sería posteriormente desmentido por el obispo de Albacete. Puso como testigos a los obispos extremeños de que él “jamás tuvo la intención de ofender a la Iglesia Católica”, y de que su respeto hacia ella siempre había sido “exquisito”.
Carlos Floriano, líder del Partido Popular en Extremadura, fue aún más lejos, y exigió a Rodríguez Zapatero que condenara la “falta de respeto” al cristianismo en la misma media en que lo había hecho con el Islam. Reclamó el cese inmediato del consejero de Cultura y señaló que la polémica “había traspasado las fronteras nacionales”.
El 14 de marzo, el editorial del Boletín FIdA nº 111 señalaba la coincidencia entre la ofensiva patibularia del PP extremeño y la querella interpuesta por el Centro Jurídico Tomás Moro, a quienes calificábamos de “aprendices de inquisidores”. Decíamos también lo siguiente:
“Más allá del parasitismo de los aspirantes al poder, está en juego una concepción de la ética y de la libertad amenazada por el dogma, la censura y la imposición moral. La pornografía, la blasfemia, la crítica artística, son instrumentos ineludibles en cualquier sociedad libre y que no esté dirigida por los manipuladores de la virtud o por los teólogos de la ingravidez. El ataque va siempre dirigido a las creencias. No existe ninguna obligación intelectual de respetar una idea, y mucho menos si ésta depende de una imaginaria concepción del mundo. JAM Montoya cuenta hoy con toda nuestra simpatía y con el sincero reconocimiento de su profesionalidad. Los genuflexos, los airados, los cobardes, los oportunistas y los fanáticos sólo cuentan con nuestro desprecio”.
El 15 de marzo, a las 14 horas, JAM Montoya nos facilitó el Manifiesto titulado “No a la inquisición”. Lo firmaban tres intelectuales extremeños: Miguel Murillo (dramaturgo), José Antonio Zambrano (poeta) y Justo Vila (escritor), con la recomendación de difundirlo mediante mensajes de correo. Inmediatamente le sugerimos la conveniencia de poner en marcha un sistema de firmas on-line, mediante el cual poder agrupar todos los apoyos necesarios en una campaña en defensa de la libertad de creación y expresión. Los insultos y las amenazas al fotógrafo comenzaban a multiplicarse. El ejemplo siguiente, que nos proporcionó el propio Montoya, es solo uno entre muchos otros, pero reproduce el tono de las réplicas ultras que anunciaban las futuras e inevitables movilizaciones católicas:
"...Digno de que te revienten los huevos a patadas, te horaden los pulmones con una escarpia bien afilada y escupan sobre tus muertos, hijo de puta. Vas a morir, puto puerco. ¡Arriba España! ¡Viva Cristo Rey!"
En esta misma fecha, la Agencia Católica de Noticias Veritas publicaba que el Centro Jurídico Tomás Moro había acogido favorablemente las disculpas del presidente Rodríguez Ibarra, aunque instaba públicamente a la Junta y a la Universidad a retirar del mercado las publicaciones, manifestando su intención de seguir adelante con las actuaciones legales. Consideraban además que Francisco Muñoz, el candidato a la alcaldía, “debería disculparse”, y más teniendo en cuenta que en un primer momento “había negado su participación” en la decisión de financiar los catálogos. En caso contrario, añadían, “debería retirar su candidatura por respeto a la dignidad de los extremeños”.
Se sucedieron nuevas demandas. Alternativa Española presentó un escrito ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, exigiendo la retirada y la prohibición de los volúmenes por contener “pornografía católica”. Este partido de extrema derecha consideraba cómplices de los hechos al consejero de Cultura extremeño, Francisco Muñoz, a la ex directora general de Patrimonio, Aurora Ruiz Mateos, a los comisarios Alberto Adsuara y Eulalia Martínez Zamora, y a Domingo Sánchez Blanco, director del espacio alternativo El gallo, donde se exhibieron las fotografías. Por su parte, los diputados del Partido Popular Jaime Ignacio del Burgo y Carlos Salvador presentaron otra denuncia ante la Fiscalía General del Estado.
Montoya fue entrevistado en Onda Cero y negó que su obra fuera pornográfica y que hubiera tenido intención de ofender a nadie. Se mostró afectado por los acontecimientos y aseguró que la denuncia del PP era una simple maniobra política. Justificó su aseveración con la antigüedad de las fotografías, algunas de ellas de más de diez años, y afirmó estar siendo utilizado con el fin de atacar a Ibarra. Llovieron las críticas y los paralelismos con la situación creada, meses antes, respecto a las caricaturas sobre el integrismo islámico. El diario Siglo XXI, en un artículo de opinión, resumía con exactitud la campaña contra Montoya y la reducía a una cuestión de intereses políticos. “Esto pasa –escribía el periodista- por no saber definir lo que es arte y tener la idea medieval de que el arte tiene que ser respetuoso con las religiones”. Mientras tanto, se siguió añadiendo leña a la hoguera. Confesiones, golpes de pecho y “mea culpas” no tardaron en aparecer.
La primera, repetida, la de Rodríguez Ibarra, que el 15 de marzo volvió a pedir perdón en Punto Radio por la financiación de los catálogos, y declaró sentirse “asqueado” e “indignado” por un tema que surgió en 2003. “Es un pago inmerecido –gimió el Presidente- que, tras 24 años, me tachen de enemigo de la Iglesia católica”. Acusó a los populares de “fariseísmo”, y juró que “si tuviera la más mínima duda de que el consejero hubiera querido ofender a la Iglesia, le hubiera cesado en el acto”. Genuflexión tras genuflexión, Ibarra desgranaba en la entrevista su fidelidad a los obispos y a los santos iconos de la cristiandad.
La prensa extranjera recogió la noticia de las fotografías “blasfemas”. El diario italiano La Repubblica publicó una selección con el siguiente titular: “Spagna, le foto shock della mostra religiosa”. El australiano Daily Telegraph habló de “Ultimate sacrilege”. Y la Conferencia Episcopal Española hizo pública una nota en la que consideraba necesario que se pidieran responsabilidades por vía legal, calificando a las imágenes de “crudas y lamentables blasfemias”. Su Vicepresidente, el Primado Antonio Cañizares, aseguró que “nunca en los últimos tiempos nuestra querida, noble y cristiana Extremadura, tan amante de la Virgen de Guadalupe, ha sido tan humillada y ultrajada”. Cañizares precisó, en un artículo titulado “Una libertad amenazada”, que el catálogo pornográfico y blasfemo era “un delito de lesa España”. La Alianza Evangélica Española se sumó a la condena de sus colegas y exigió perdón público por la ofensa, reclamando “justicia” y “dimisiones”. El 16 de marzo, Montoya denunció amenazas de muerte, y la periodista ultra Nuria Van Den Berghe, esposa del traficante de arte Erik el belga, le calificó de “puerco” y de “no tener cojones”, al tiempo que el Sindicato de Funcionarios Públicos “Manos Limpias” presentaba otra querella en la Fiscalía del Estado, acogiéndose al dichoso artículo 525.
Una gráfica intervención del cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, calificó a la obra del fotógrafo como “increíblemente abominable”, añadiendo con rubor que le costó “un gran trabajo llegar al final sin vomitar”. Vallejo aseguró haberse puesto “colorado”, lamentando que la edición fuera financiada por instituciones públicas “que seguramente no tuvieron en cuenta las consecuencias”. Francisco Vázquez, Embajador de España en El Vaticano, emitía simultáneamente un comunicado de prensa en defensa del Presidente de la Junta, denunciando la existencia de una campaña política por intereses electorales.
El 17 de marzo, la FIdA presentaba a la opinión pública la campaña de firmas en apoyo a JAM Montoya y a la libertad de creación, de conciencia y de expresión, y en contra de los ataques que se estaban llevando a cabo como instrumentos de confrontación política, utilizando como excusa la obra del artista extremeño. El Manifiesto se colgó en la red a las 13,30 horas. En ese mismo momento, el nuncio apostólico del Papa en España, Monseñor Manuel Monteiro de Castro, se erigió en experto crítico de arte y consideró que “las cosas sagradas deben ser tratadas de un modo sagrado”, añadiendo que las fotografías “no tienen ningún valor artístico”. Los musulmanes de Córdoba aprovecharon la ocasión para indignarse en público, y su Presidente, Kamal Mekhelef, sugirió a un periodista que “los que se hacen llamar artistas no se pueden escudar en la libertad de expresión para insultar y ofender a los demás”. Los clericales de un lado y otro se daban la mano. Como siempre.
El 19 de marzo, Diario Crítico volvió al ataque y repitió los argumentos del clero, negando cualquier calidad artística al trabajo de Montoya y congraciándose de que su obra pornográfico-religiosa hubiera sido llevada a los tribunales. “Hablan de libertad para justificar lo injustificable”, acusaba el articulista, en referencia a la campaña de firmas comenzada por la FIdA y de la que se había hecho eco el órgano de la CGT, Rojo y Negro. Opinaba que nuestra plataforma actuaba por motivos electorales y nos achacaba erróneamente el haber evitado cualquier tipo de acción de protesta en el momento de la polémica por las caricaturas “de Mahoma”.
Francisco Fuentes, portavoz del PSOE en Extremadura, arreciaba ese día contra el PP al tiempo que mostraba su confianza en que la iglesia católica no permitiría que la inminente Semana Santa se transformara en un masivo mitin electoral contra su partido. La Comisión Ejecutiva Regional del PSOE continuaba así la línea hipócrita emprendida desde el primer momento por Ibarra: disculpas por el pecado y reconciliación con la iglesia, por un lado; confrontación con los populares por su “doble moral” y por la instrumentalización de las fotografías, por otro. Una estrategia bastante simple, pero, desde luego, la única permitida por la cúpula de Ferraz, como dejó claro la Ministra de Cultura, Carmen Calvo, al declarar al día siguiente que el catálogo de Montoya le parecía “un disparate”.
En el editorial FIdA del día 21 lamentábamos la quema pública del “blasfemo” y reflejábamos con ironía nuestra “sorpresa” por el silencio cómplice de quienes se sentían aún temerosos de un enfrentamiento con la jerarquía católica. Insistíamos en que lo que se estaba dirimiendo aquí no era una estrategia electoralista de carácter local, puesto que la defensa de las libertades se desarrolla siempre en marcos y escenas puntuales, en situaciones concretas que condensan un significado más amplio, ligado al deseable proceso de descristianización de nuestras sociedades. En suma, repitiendo la acusación que nos impuso un periodista, seguíamos “justificando lo injustificable” con plena conciencia de lo que hacíamos.
“En otras palabras –continuaba el Editorial-: se trata de un nuevo episodio de la misma batalla de siempre. Desde el tabú ritualizado que garantiza la inmunidad de mitos y animales sagrados hasta la verborrea escatológica del obispo indignado de turno, los viejos chamanes buscan acallar la crítica, la palabra libre, la obra artística que corroe sus fundamentos imaginarios. Herejes, disidentes, blasfemos, apóstatas, ateos y otros desviados suponen una molestia para la infinita bondad de sus razones y un insulto constante al elenco mágico de sus proyecciones míticas. Su dios ha sido ultrajado, sus normas éticas violadas, sus leyendas morales vituperadas. Lo cual les resulta inadmisible, y tratan de hipnotizar a la opinión pública con la melodía del “respeto” y de la inmunidad de las convicciones religiosas. En apariencia, un discurso coherente, cívico, demócrata y tolerante. Pero sólo en apariencia. Porque el avance de las libertades, la emancipación cultural y la conquista de los derechos van de la mano de la desaparición progresiva de las cadenas del irracionalismo religioso”.
Irracionalismo y pensamiento mágico que no tardó en concretarse, ese mismo día, con la convocatoria, por parte nada menos que del propio Cañizares, de un “Via crucis” en Talavera (Toledo), en desagravio por las ofensas sufridas por la Iglesia. Su fin no era otro que pedir “a Dios vivo, por mediación de su Hijo Jesucristo e intercesión de la Virgen María, que tuviera piedad y misericordia de todos, que tuviera piedad de esta España que se deteriora con estas cosas, que, no por ser minoritarias, dejan de ser de un alcance que ahora ni siquiera sospechamos”. Dudábamos, en aquel momento, de si se trataba de un alarde de profetismo o de un recurso neogótico para afianzar su negocio. En cualquier caso, en esta ocasión estuvimos de acuerdo con don Antonio. Lo sucedido iba mucho más allá de un episodio anecdótico.
Carlos Floriano, senador del PP y candidato a la presidencia de la Junta, tal como había anunciado hacía unos días, exigió en el Senado al Presidente del Gobierno, por mediación de la Ministra de Cultura, Carmen Calvo, que expresara públicamente su rechazo al controvertido catálogo. Reiteró el argumento de la “discriminación religiosa”, citando de nuevo el ejemplo de las caricaturas. La ministra acusó al PP de “pervertir las instituciones” y replicó al senador con las 46 muertes diarias de la guerra de Irak. La diputada popular Ana Belén Vázquez acusó a Zapatero de liderar una “cruzada contra los católicos” y exigió el cese inmediato del consejero Muñoz.
Era una cuestión entre talibanes, por lo visto… Y si los matarifes de la derecha digital defendieron con uñas y dientes la libertad de expresión en aquel momento, ahora el asunto implicaba connotaciones mucho más subjetivas. Los sagrados iconos del Catolicismo estaban por encima, al parecer, de cualquier derecho “ilustrado”. El pueblo poco tardaría en exaltar las cadenas, como antaño, en contra de los “afrancesados”. Y Fernández Vara, el candidato del PSOE, repetía la genuflexión y apoyaba sin condiciones las críticas del arzobispo de Mérida. Ave María purísima.
Los del Ku-Klux-Klan no desaprovecharon el momento, por la cercanía de la fiesta del delirio colectivo y porque no les sobran costaleros. La “Hermandad de la Sagrada Cena” arreció el paso y remitió un comunicado al ABC, en el que recordaba que la libertad de expresión “debe tener y tiene límites claros, que no deben nunca transgredir doctrinas, creencias, normas y dogmas”. ¿Dónde habíamos leído esto? Ah, sí… En el Manual del Inquisidor, de Bernardo Gui… ¿no?: “Los herejes nunca han dejado de hablar acerca de la perversa vida de los clérigos y prelados de la Iglesia Romana, indicando y exponiendo el orgullo, codicia, avaricia e inmundicia de sus vidas, y otros tales males a su entender…”.
Así, la Junta, por boca de su Presidente, reprobó finalmente el día 22 las polémicas fotografías, y aseguró que en el futuro trabajaría “para que situaciones como ésta no vuelvan a repetirse”. El consejero Muñoz, ante el Pleno de la Asamblea de Extremadura, pidió disculpas a la “gente de buena fe”, y el diputado popular Tomás Martín Tamayo negó, con tangible sinceridad, que su partido hubiera pretendido sacar rendimiento político. Al PP, añadió, “no le preocupan las guarrerías de Montoya”.
Hemos visto debilidades, insidias y genuflexiones cuyo único objeto ha sido la salvaguarda de los respectivos capitales electorales. En toda esta historia se olvidó lo esencial: que la libertad de expresión parece plantearse, día a día, como un desafío frente a la mentalidad religiosa. Y un recurso, el de los obispos, al que calificábamos hace pocos días de neogótico y canallesco: el vía crucis convocado el 23 de marzo por el cardenal arzobispo de Toledo como sacrificio de expiación y reparación por la “situación de deterioro” de España, en el que varios ediles del equipo de gobierno municipal toledano estuvieron presentes, como el vicealcalde, Lamberto García Pineda, la concejal de Urbanismo, María Paz Ruiz, el concejal de Obras y Servicios, Javier Alonso, el de Participación Ciudadana, Fernando Sanz, y el de Cultura, Fernando Cirujano.
Pero, como en toda comedia clásica y en toda fábula, el acto final conlleva una moraleja, un gesto ejemplar, un desenlace prometedor, un acuerdo tácito entre los actores y una apoteosis con coro incluido. No podía ser de otro modo en este caso, pues se contaba con el auxilio de todos los santos y de su excelsa madre en el cielo.
“Horrendas fotografías que nos humillan y que maltratan a la Virgen”. Así se expresaba el cardenal primado de España en medio de un gran aplauso, en la Eucaristía de apertura del Año Jubilar Guadalupense, ante quince mil peregrinos. Entre ellos, el presidente-monaguillo de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y el aspirante a la alcaldía Francisco Muñoz. Cañizares instó a los españoles a decirle a la Virgen que “la queremos con toda nuestra alma”. “Que nadie nos la toque”, advertía el obispo ante la puerta mudéjar del Monasterio extremeño, cerca de donde se cometió el crimen sacrílego de las imágenes, aludiendo –no pensemos mal- a su inmaculada madre.
Expiaciones y rezos. Santa y anhelada Edad Media que se rebela todavía contra el laicismo totalitario, el subjetivismo, la indiferencia y el ateísmo malvado. Autos heroicos de un clero herido por el fotógrafo blasfemo, o acciones de propaganda directamente dirigidas a ejercer aún más presión sobre los representantes políticos, lo cierto es que el escándalo Montoya finalizó con un acto simbólico digno de figurar en un imaginario museo de los gestos.
El Obispo, imbuido de un halo de autoridad espiritual, y tras reprender enérgicamente a los representantes de la Junta por las debilidades y pecados de sus consejeros, descendió lenta e hieráticamente del púlpito y ofreció la paz y el perdón al poder temporal, en la propia persona de Rodríguez Ibarra, ese genuflexo incorregible que, casualmente, acaba de firmar una partida presupuestaria de un millón y medio de euros para promocionar a la Virgen de Guadalupe. Santa tierra de España…
* * *
“La razón es simple: no puedo sustraerme a realizar lo que excita mi imaginación y contribuir a desmontar esta farsa que de siempre ha negado, de manera hipócrita, lo que biológicamente nos fue concedido, aunque por ello la sombra me siga cubriendo”.
JAM Montoya, Sanctorum, primavera de 2003.