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Santa y sanguinolienta Semana...
Hace unos días, las imágenes de la fiesta del Ashura, en el mundo chiíta, recorrían los medios occidentales como ejemplo de fanatismo y de brutalidad religiosa. El “escándalo Montoya” también proporcionó jugosos juicios condenatorios, ya que sus fotografías blasfemas se deleitaban en un curioso combinado de sexo y religión que atrajo las iras de ultracatólicos y puritanos. Esta semana, sin embargo, hemos visto pías y conmovedoras escenas, cuadros de fervor espiritual y bellas muestras de cultura popular. La hipocresía y la desfachatez del clero no tienen límites. Como tampoco su ansia teocrática. Su herramienta es la amenaza y la condena eterna; no gran cosa, pero capaz todavía de hipnotizar a las multitudes. Su moral excelsa, por lo demás, es tan grande que le permite incluso el ejercicio de la coacción y el desprecio de sus bases más molestas. Esas que huelen a pobre y que comulgan con rosquillas. Herejías y abominaciones que, por añadidura, ocupan apetitosos terrenos urbanos. Creencias, adoctrinamientos e iconos históricamente aceptados, pero ajenos a la razón y contrarios al derecho. El análisis de las ideologías religiosas nos remite a su función de dominio de mentes y cuerpos. Se trate del catolicismo replegado en el dogma, del Islam o de las nuevas iglesias de la post-modernidad, sus visiones apenas son divergentes. Apuntan a una sociedad regida por una moral única, sometida, productiva y feliz. Y encima siguen insistiendo en que la culpa de todos los males es nuestra…
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