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Nada más oportuno para que se afiance la deriva conservadora de la Iglesia Católica, concretada estos días en la declaración de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE) y en las varias declaraciones de inquisidores, obispos y prelados advirtiendo contra la traidora Europa, embistiendo a los defensores del derecho al aborto en México o planeando el robo de la Universidad Católica de Perú. “El infierno es eterno”, ha dicho el peligroso talibán Benedicto XVI.
El filósofo Paolo Flores d’Arcais ha definido a esta situación de cruzada oscurantista, enfrentada de forma visceral a la modernidad y a la democracia. El hombre es libre, afirma, precisamente por no estar ya obligado a obedecer normas que le vienen impuestas desde el exterior. La premisa de la modernidad es la autonomía; su promesa es la soberanía del autogobierno. Para la pasión totalitaria de los ideólogos de la religión, el cuerpo político es concebido como una especie de protoplasma social que carece de forma hasta que se le adjudica un orden moral. Lo cual equivale a la pura aniquilación de la libertad de conciencia y al sometimiento de todos a su particular manera de ignorar la realidad.
No lo permitamos…
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