La Inquisición nunca fue abolida. Como la guerra, la inseguridad o el miedo, la hemos interiorizado e incorporado a nuestra propia existencia, considerando normal e incluso legítima su aspiración a perpetuarse. Nunca fue abolida, porque no es su función animar una pueril escenografía de la tortura. Por el contrario, sus afilados instrumentos quirúrgicos apenas apuntan a la víscera o al órgano. Más allá, o más acá de ello, son utilizados para diseccionar ideas, comportamientos y actitudes. Para separar la pureza de los dogmas de la impureza de los seres humanos y de su materialidad. Todo queda así justificado. Los medios no importan, si el fin es la universalización totalitaria de la neurosis religiosa. Para los mercenarios de la geometría moral o del sagrado orden impoluto, el derecho y la razón representan a la barbarie y al libertinaje. Odian al nihilismo, pero adoran a la nada. Dicen defender la vida, y solo aspiran a la muerte. La diversidad les asusta. Lo distinto, lo autónomo, lo ajeno a su estrecho marco de valores, lo que no se integra en la corriente de sus deseos, merece anatema, infierno y condena. Por supuesto, categorías éstas tan imaginarias como los ángeles, los santos y los grandes Espíritus rectores a quienes suplican. O tan sumamente improbables como ese limbo que ha desaparecido y ese infierno que ha resucitado, dos de los recientes malabarismos teológicos de Benedictus PP.
El modelo divino y la realidad terrena –binomio agustiniano de tan graves consecuencias en la historia- siguen en pugna hoy, más que nunca. El idealismo y la mitología, impositivos por naturaleza, no aceptan límites, y del mismo modo que dotan a sus dioses de infinitud y omnipotencia, tratan de modelar a la ciudad humana de acuerdo a sus ideologemas feudales. La creencia en Dios no solo es errónea. Es potencialmente mortal. Fomenta el fanatismo y el abuso, y deriva en la aceptación de códigos y en su acatamiento somatizado. Ante la inquisición vigente, la respuesta más lúcida posible proviene hoy del humanismo ateo. Lo cual implica una reflexión profunda, una transformación objetiva y un serio desafío…
Editorial del Boletín Digital FIdA nº 119 (25.04.07)
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