
La catequesis integrista de los obispos transforma la religión en pura exigencia política, y adquiere los aires de una renovada cruzada perfectamente alineada con las consignas vaticanas de una “nueva evangelización” o recatolización de Europa, en la que la escuela volvería a ser el púlpito preferido de sus delirios. Una evangelización que aborda, además, esta semana, algunos de los problemas filosóficos y éticos más profundos de la posmodernidad, como el rezo del rosario antes de emprender un viaje, la exigencia de penas de cárcel para los clientes de la prostitución o el piadoso acatamiento del código de circulación. Diez mandamientos contemporáneos para el sufrido conductor de automóvil, transformado por arte de liturgia en caballero andante de la fe, y que emulan la experiencia mítica de las tablas de Moisés, fueron proclamados el martes pasado por el monje Martino, encomendado directamente a la protección de la Santísima Trinidad.
Abominables blasfemias amenazan a la familia católica. Parodias musicales, pinturas sacrílegas o escenificaciones diabólicas que parecen poner a prueba el heroísmo y la paciencia de los nuevos mártires. Como “cristiano ante los leones” se definió una vez el cura argentino von Wernich, a quien se juzgará próximamente en Buenos Aires por su intervención en los centros clandestinos de detención, y en secuestros, torturas y homicidios desplegados desde las estructuras estatales durante la época de la dictadura militar. También bajo el paraguas y la protección de la curia estaba el pederasta Marcial Maciel, otro de los ejemplos catequéticos a seguir por el rebaño cristiano, a quien ha llamado a declarar un tribunal de México. Y a todo este rosario de iniquidades se suma el maratón judicial de la Iglesia Católica en Los Ángeles: a partir del 9 de julio, y durante seis meses, los jurados comenzarán a oír las causas en 15 juicios que involucran a 172 de las más de 500 supuestas víctimas por abuso sexual.
“Dios” es un fenomenal hallazgo publicitario. Da argumentos de fiabilidad a las declaraciones y los actos de cualquier delincuente purpurado o de simple luto. ¿Educación para la qué? A juzgar por las declaraciones del recién elegido alcalde de Toledo, al dar la bienvenida a la tibia fósil de san Ildefonso, la mejor educación moral consistiría en un “ahondamiento en nuestras tradiciones religiosas”. Todavía no sabe que el Primer Concilio Ateo se celebrará muy pronto ante sus narices. El desafío frente a los fundamentalismos no es otro que la reactualización de una ética y de una intelectualidad racionalista, atea y objetiva, capaz de conjurar la amenaza de una Edad Media inundada de fanatismo, de censuras, de fantasmas, de imposiciones y de delirios colectivos.
¿O acaso solo seamos unos ingenuos e impenitentes románticos?
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