
Puede ya afirmarse, sin embargo, que las conclusiones de la Conferencia de Aparecida no han sido del total agrado de la Curia romana. La presión de los sectores disidentes y del clero milenarista ha amortiguado el peso de las consignas de la cúpula del CELAM, y el documento filtrado a los medios revela que la Iglesia Latinoamericana aparenta mantener una cierta independencia con respecto a la silla petrina. Pero la “Gran Misión Continental” se diferenciará de la “Nueva Evangelización” sólo en términos de propaganda. Ambas se esforzarán en la educación y preparación de dirigentes políticos católicos que propaguen la “doctrina social” de León XIII y de Pío XI, remodelada en las últimas décadas debido a la omnipresencia del neoliberalismo. El principio fascista de subsidiaridad en lo económico va unido, por supuesto, al resto de supersticiones que se pretende hacer pasar como racionales.
A ese al que algunos ya se atreven a llamar “Padre de la Iglesia” tampoco le deben haber complacido mucho los últimos informes del general Rouco. Los herejes de Vallecas le han plantado cara, y es de suponer un aumento de la tensión entre el aparato y sus revoltosas bases, a pesar de la “sanación canónica” impuesta. Mal casa con ellas el proyecto medievalista vaticano, al que le siguen saliendo pústulas como la ordenación femenina, el anti-cristianismo de algunos medios, las asignaciones tributarias a los holdings de la competencia, la educación para la ciudadanía o los “ataques” a la familia.
El “sano laicismo” al que aludía el arzobispo de Sevilla hace unos días, el “laicismo positivo” siervo y genuflexo de Su Santa Madre, no es más que una trampa dialéctica. ¿Cómo, cuando la propia existencia se somete a un dios y a sus representantes, se puede rechazar la implicación de la fe en el terreno político? ¿Cómo, siendo Ratzinger un custodio de la tradición más retrógrada del catolicismo, va a renunciar al Vehementer Nos de Pío X, encíclica en la que se definía la separación entre Iglesia y Estado como “una tesis absolutamente falsa y perniciosa”? El laicismo no tiene epítetos, no hay un laicismo “insano” y otro “sano”. Lo que el clero reivindica es su pasión por el poder y por el control de cuerpos y mentes. Para ello, precisa de gobiernos complacientes, que promuevan el “derecho” a la libertad religiosa –el derecho a ser esclavo, podría decirse-, y que faciliten la tarea de la recaudación. Y precisa, sobre todo, de un rebaño de fieles fácilmente manipulables, adheridos a la teoría metaética del “mandato divino”.
El objetivo de esta “Nueva Evangelización” no se diferencia mucho del de otras cruzadas anteriores. Apunta a esa “Nueva Edad Media” de la que ya empiezan a dibujarse los perfiles. Su sombra ya nos acecha. Y los dinosaurios han sido vistos firmando pactos y alianzas…
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