24.7.07

Tiempos Modernos

Sube la temperatura. El arreglillo auspiciado por el encubridor Mahony, que le libra de la obligación de declarar en juicio y de tener que airear públicamente las debilidades carnales de sus muchachos, conlleva la penitencia económica más costosa de la historia de la ICAR. Pero no oculta la evidencia de que, lejos de ser un mero acto de reparación, la fabulosa suma que deberá pagar la Arquidiócesis norteamericana a las víctimas de sus santos impulsos no es más que un descarado intento por evadir las responsabilidades penales y éticas inherentes a los hechos. Por lo demás, las declaraciones de los diversos y compungidos capos episcopales ofrecen un ejemplo sintomático de la curiosa manera en que entienden conceptos tan alejados de su órbita mental como “responsabilidad”, “justicia”, “credibilidad” o “reparación”.

Unos, como Monteiro de Castro, nuncio papal en España, ejercitan la astucia diplomática encogiéndose de hombros y acusando a la prensa de “demagógica” por publicar casi todos los días casos de pederastia relacionados con su Santa Madre. “Nos sentimos discriminados”, ha dicho. “¿Por qué la Iglesia tiene que pagar, y otras entidades no?”. Nadie está libre de pecado, es cierto. El Sr. Monteiro no ve diferencia alguna entre un delito cometido por un rijoso sacerdote y el mismo cometido por un rijoso sindicalista, un rijoso panadero o un rijoso artista de circo. O sí, ya que para los suyos exige comprensión y respeto, y al resto que se los lleven los diablos. ¿No se llama a eso victimismo?

Otros exhiben no menos ingenuas alegaciones, lamentablemente no tan aisladas como se creería. El obispo auxiliar de México DF, Marcelino Hernández, alardea de que a los guadalupanos como él les cuida la Virgen María para que no hagan cosas así de graves, de manera que no pasan de “tocamientos” que no hacen mal a nadie. “Nosotros sólo manoseos, nunca violaciones”. Así que miraremos a otro lado, Marcelino, puesto que la suerte de esos guapos chamaquitos es nadería y humo comparada con la ofensiva que la Iglesia mexicana ha emprendido estos días contra el Estado laico.

Sin embargo, no se han escuchado muchas opiniones de la CEE relativas a la generosidad de Mahony, porque el asunto incomoda, y porque el cardenal Rouco Varela, en tanto que Arzobispo de Madrid, ha sido condenado a su vez al pago de 30.000 euros –una bagatela en comparación, sin duda- como responsable civil subsidiario de los pecadillos de carne del cura Rafael S. N., por tratar de protegerle y de ocultar los hechos. Su colega de Calahorra y Logroño, monseñor Omella, al parecer abocado en exceso a los divinos néctares riojanos, ha afirmado que su Santa Madre es “acosada” por ciertos “lobbies” (infernales, ateos, judeomasónicos y marxistas, como es natural), que buscan destruirla y poner en duda la honradez de sus funcionarios. Y que esos miles de denuncias –aisladas- contra curas abusadores y obispos encubridores no son más que excusa y truco para atacar a la Iglesia. Según el retórico Felipe Aguirre, Arzobispo de Acapulco, existe una “clerofobia jacobina”, orquestada y guiada por sectas siniestras y protestantes. Santa y muy pura, la ICAR sigue siendo ejemplo máximo de corporativismo, de extorsión, de gremialismo y de absoluta desfachatez. Y “quien diga que no peca, miente”.

Miente como Norberto Rivera, que tras la reclamación de “mayores libertades” y escudándose en el ejercicio de “los derechos democráticos de la ciudadanía”, esconde la pretensión de legalizar sus prebendas, injerencias y privilegios, transformando al Estado laico en un patio abierto a sus prácticas delictivas. Miente como sus abogados católicos, dispuestos a exorcizar el derecho y a sanearlo de impurezas juaristas. Miente como quienes inventan una memoria histórica “alternativa”, y como aquellos otros que dicen “amor”, “paz” y “verdad” para expresar odio, guerra y culto a la muerte. La mentira es el lenguaje del clero, su mayor fortaleza.

La Nueva Edad Media es así. En su médula habitan extraños circuitos y engranajes, empeñados en reescribir la historia. Surgen pequeños predicadores, poblados marianos, procesiones de oprobio y desagravio, anillos de virginidad, flagelantes, neo-paganos y posesos, revisionistas, cruzados, milenaristas, terroristas del creacionismo, injuriadores de la Corona, brujos, grimorios, “lobbies” ocultos y aguerridos blasfemos. Lo ha dicho el sabio vidente Cañizares, citando a Herr Ratzinger: “el futuro del mundo está en san Benito”. Para otros salvajes y adalides del miedo, sin embargo, el monaquismo hipertrofiado al que aspiran apesta a Yihad, y se presenta como el imperio total de su imaginario Molok y del profeta ladrón y pederasta que lo anunció. El terror se ha instituido; el futuro ya ha llegado.

¿Malos tiempos para un ateísmo radical? Los desafíos son múltiples y su evidencia devastadora. “Retomemos la antorcha de Voltaire y de las Luces –ha escrito Michel Onfray- para luchar contra las religiones”. Si bien no osaremos acceder al “paraíso celestial”, sí al menos aspiraremos a un espacio social, bien terreno, de libertades, en el que se den las condiciones que favorezcan el desarrollo de actitudes éticas e intelectuales post-cristianas, y en el que la razón y la voluntad de acabar con el pensamiento mágico impregnen las conciencias. Rescatar finalmente a la cultura y a los individuos contemporáneos de su lóbrego encierro medieval es la labor de las nuevas Luces.

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